Negritud, cumbite y socialismo
Negritude, cumbite and socialism
en
Gobernadores
del rocío
, de
Jacques Roumain
in Jacques Roumain’s
Masters of the dew
Clinton Ramírez*
Universidad Sergio Arboleda, Colombia
Ivethe Noriega**
Colegio Fundación Pies Descalzos de Barranquilla, Colombia
DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.25.2017.5
Recibido: Junio 14 de 2016 * Aprobado: Septiembre 20 de 2016
CUADERNOS DE LITERATURA DEL CARIBE E HISPANOAMÉRICA • ISSN 1794-8290 • NO. 25 • ENERO-JUNIO 2017 • 73 - 90
* Docente Catedrático Universidad Sergio Arboleda. Magíster en Literatura Hispanoamericana y del Caribe.
**
Magíster en Literatura Hispanoamericana y del Caribe. Docente Colegio Fundación Pies Descalzos de Barranquilla.
libelula_zen@yahoo.es
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NEGRITUD, CUMBITE Y SOCIALISMO EN GOBERNADORES DEL ROCÍO, DE JACQUES ROUMAIN
Resumen
Más que la exaltación del paisaje y la
cultura del negro haitiano, en la línea del
Indigenismo, Gobernadores del rocío
(1944) invita a examinar con ojo crítico
sus prácticas culturales y sus contradic-
ciones internas. Para el autor haitiano,
el vudú y las rencillas internas limitan
el valor de las fuerzas comunitarias a la
hora de afrontar la sequía, la deforesta-
ción, el hambre y la lucha por la libera-
ción. El cumbite, a diferencia del vudú,
cuyo valor cultural no ignora, emerge
como la fuerza comunitaria a partir de
la cual podría accederse a formas de
organización horizontal –raciales y de
clase–, conducentes a la lucha contra
la explotación colonial y capitalista. El
socialismo es, según la ideología de
Manuel, esa forma superior de organiza-
ción política a la que debían adherir los
negros haitianos y del Caribe con miras
a superar la alienación y erradicar la ex-
plotación capitalista. El vudú sería una
práctica inmovilista y el cumbite la fuer-
za plataforma de una utopía más amplia
y movilizadora. Esta reserva no impide,
sin embargo, que el vudú alcance en la
novela, en tanto recurso literario, una
alta eficacia estética, como propone
Margarita Mateo Paler en su lectura mí-
tica de la obra.
Palabras clave
Indigenismo, negritud, vudú, cumbite,
socialismo.
Abstract
Beyond the exaltation of landscape and
the culture of the Haitian afro descendant,
Governors of the Dew (1944) invites
the reader to examine the cultural
practice and inner contradictions of that
population. For his author voodoo and
inner quarrels limit the value of communal
forces at the moment of facing droughts,
deforestation, starvation and the fight
for liberation. Cumbite, despite voodoo
(to which he assigns its due value)
emerges as the communal force through
which you can access to horizontal
ways of class and racial organization
that lead to the struggle against colonial
and capitalist exploitation. Socialism is,
based on Manuel’s ideology, that way of
superior political organization to which
Haitian and Caribbean blacks should
adhere so as to overcome alienation and
eradicate capitalist exploitation. Voodoo
is presented as an ecstatic practice
whereas cumbite becomes the best and
most dynamic utopia. That drawback of
voodoo does not impede it to reach in
the novel, as a literary resource, a high
esthetic efficacy, following Margarita
Mateo Palmer’s mythic reading of this
work.
Key words
Indigenism, negritude, vudu, cumbite
socialism.
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CLINTON RAMÍREZ, IVETHE NORIEGA
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Introducción
Este artículo examina las relaciones entre negritud, cumbite y socialismo en Go-
bernadores del rocío (1944), la emblemática novela del haitiano Jacques Rou-
main (1907-1944). La novela, adscrita a la Escuela Indigenista, comparte y hace
explícito en líneas generales el programa de este movimiento de recuperar los
valores propios como base para el desarrollo cultural y político. Tal tarea de res-
cate correspondería a la etnografía, la literatura y el arte, en la función de medios
que generarían conocimiento, conciencia estética y acción política.
En Gobernadores del rocío, el autor supera los límites de quienes, al interior del
Indigenismo, creyeron que el deber del arte que propugnaban culminaba con la
glori cación de la vida campesina haitiana y de sus raíces africanas. Para Jacques
Roumain la literatura debía cumplir una tarea más crítica y movilizadora. Podía
incorporar la fuerza de la inventiva popular y el mito mágico religioso, ahondar
en los con ictos internos de los pueblos negros del país, pero pensando siempre
en la oferta de salidas comunitarias y políticas en la línea del socialismo, en
lugar de glori car el vudú, fuente de superstición y resignación que impedía a
los negros asumir plenamente su destino. El vudú podría ser un recurso estético,
pero en la realidad, operaba como un valor inhibitorio en choque con el credo
marxista que profesaba el autor haitiano.
El negro, para Roumain, es además de un campesino discriminado por el color
de la piel, un hombre explotado, víctima de las relaciones capitalistas y de los
prejuicios de la burguesía mulata haitiana, aliada del colonialismo y el impe-
rialismo invasor. Por ello, la vindicación de la cultura del negro haitiano tiene
que ir acompañada de la acción política contra la explotación capitalista, porque
el negro es también un proletario, sobre todo un explotado que debe movilizar
distintas prácticas comunitarias y políticas de lucha para superar las rencillas
internas y combatir al opresor, tanto interno como externo.
Así, ante la crisis ambiental, la pobreza, el hambre y las diferencias irreconci-
liables que sufren los negros de Fonds Rouge
1
, el pueblo de la cción, Manuel,
1 Fonds Rouge, como tal, no existió en la geografía haitiana. Sería más bien una metáfora alusiva a un pueblo
haitiano que ha superado sus crisis de sequía, espirituales y políticas. En cuanto palabra símbolo, “recrea la
realidad” y contiene “su opuesto a la vez”, anota Michaelle Ascencio en el Prólogo a la edición de la novela
publicada en la Biblioteca Ayacucho, 2004, pp.IX-X. Aludiría la denominación a la esta que animará al pueblo
una vez logren, mediante el cumbite, controlar el agua, es decir, convertirse en gobernadores del rocío, de la
irrigación.
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el héroe sacri cado de la novela, propone a los suyos salidas que trascienden
el cumbite y desestiman la práctica del vudú en tanto intercesión de los dioses.
Adiestrado en las disputas sindicales en Cuba, donde trabajó durante quince años
en los cañaverales, sabe que la fuerza comunitaria del cumbite ayudará a superar
la crisis de la comunidad y preparará el camino hacia formas superiores de lucha:
la organización sindical, la huelga y la política. En este sentido, la novela, si bien
invoca en la lucha una institución comunitaria básica de los campos haitiano, el
cumbite, y tolera la práctica del vudú, cuya ceremonia describe la novela am-
pliamente, deja claro que estas prácticas no son su cientes de cara a superar la
alienación cultural de la comunidad.
Si bien la obra incorpora la dimensión mítica del vudú, en tanto re ejo de una
conciencia mágico-religiosa inherente a los pueblos haitianos, la obra es crítica
frente al limitado alcance de las mismas en la solución de los problemas como
la sequía, la deforestación, las rencillas personales y el hambre. Es aquí, frente
a la necesidad de encontrar salidas distintas al vudú, donde emerge la fuerza del
cumbite, entendida como una etapa de organización que debe desencadenar en
formas de acción más amplias, integradoras: la lucha contra la explotación eco-
nómica y política y no solo la simple lucha contra el racismo. Esta orientación
ideológica inscribe la novela, sin duda, en la línea materialista e histórica, que
entiende la lucha del negro en términos políticos y no solo raciales. Esta idea
motriz es la que Manuel intenta vender a una comunidad atada al vudú, dividida
por la sangre y a expensas de las autoridades y especuladores del comercio. Al
asumir la lucha contra la resignación, contra el odio y contra los explotadores, no
es extraño que Manuel, a la vista de unos y otros actores, aparezca como el negro
que estuvo afuera, portador de ideas ajenas a la comunidad y subversivo del or-
den. En esta lucha contará con el apoyo de Laurélien y Anaísa, muchacha hija de
la familia enemiga, de quien se enamora y le corresponde. Serán sus aliados en el
afán de buscar el agua, alcanzar la paz y traer de vuelta la prosperidad a la aldea.
El amor de Manuel y Anaísa obrará como elemento de reconciliación pero, a su
vez, atizará el odio de Gervilen, primo y pretendiente desairado de la muchacha,
hijo del hombre asesinado por el tío de Manuel a raíz de una disputa de tierras.
Indigenismo y negritud
La ocupación norteamericana de Haití (1915-1934) signi có un desplazamiento
de las autoridades del país y el control de la nación por parte del invasor. El ocu-
pante llegó a controlar las aduanas, los gastos del Estado, la formación policiva
y alcanzó a imponer una nueva Constitución en 1918, medida con la que aseguró
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el derecho de propiedad inmueble de los extranjeros (Valero, 2005, pp.153-154).
La medida facilitó el desplazamiento y despojo del campesinado de sus tierras,
al que le quedaron dos caminos: proletarizarse al servicio de las transnacionales
o emigrar en busca de otras oportunidades a Jamaica, Santo Domingo y Cuba,
como sucede con Manuel en Gobernadores del rocío. Según el mismo Valero,
la ocupación sistemática de la nación incluyó un ataque a las “manifestaciones
populares, como el vudú”, que “fueron objeto de una sistemática prohibición,
persecución y destrucción” (p.154), debido a que durante la ocupación habían
servido de depósito de cohesión y escudo de resistencia.
El Indigenismo, sería, para Arnaldo Valero, la respuesta intelectual de ciertos
jóvenes estudiosos y artistas del país a la “indolencia y el oportunismo de la bur-
guesía haitiana” (p.154), a la que muchos de ellos pertenecían, como es el caso de
Jacques Roumain, distinguido miembro de la clase mulata rica y ligada al control
del Estado haitiano.
El Indigenismo, congregado alrededor de la Revista Indigenista, nace en el seno
de la propia clase dominante haitiana, cómplice y usufructuaria de la ocupa-
ción norteamericana. El alma y nervio de la reacción fue el médico y etnólogo
Jean Price-Mars (1876-1969), autor de un conjunto de conferencias en el que
denunció la forma en que el neocolonialismo norteamericano seguía empleando
nociones racistas discriminadoras para invadir y someter países como Haití. En
sus conferencias, recogidas luego bajo el título de Así habló tío conejo, se pro-
puso demostrar, como señala Valero, que el pueblo de Haití, en particular, y los
pueblos negros en general, estaban lejos de ser “desechos sin humanidad, sin
historia, sin moral, sin religión a los cuales [había] que infundir (...) nuevos va-
lores” (p.155). El racismo, en su opinión, seguía vigente, en manos de los impe-
rios occidentales, nuevos o viejos, y, alegó que la burguesía haitiana, constituida
por los mulatos, sufrían de bovarismo colectivo al aceptar sin ninguna crítica los
prejuicios raciales de Occidente, al considerar con repugnancia la cultura popu-
lar de los negros descendientes de los esclavos, en especial el vudú y su lengua
creole (p.155).
La etnología sería para Jean Price-Mars, la ciencia que permitiría conocer la cul-
tura negra haitiana y probar que esta hacía parte de una civilización negra africa-
na que el colonialismo destruyó al invadir el continente y someter a la esclavitud
a buena parte de su población. El negro pues, tenía que reivindicar su ancestro
africano y asumir este pasado ancestral como parte del proceso de ruptura contra
el colonialismo. Aceptarse, igualmente, haitiano, heredero de los negros esclavos
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de Santo Domingo (156). El propósito era claro: cuestionar la noción de civiliza-
ción y progreso signi caba oponerse a la ocupación norteamericana, desmontar
sus supuestas razones.
La ocupación tuvo el efecto de hacerles ver a Jean Price-Mars, a Jacques Rou-
main y otros intelectuales y artistas, que la liberación del dominio político, cul-
tural y económico tenía que comenzar por la búsqueda de la identidad y el re-
conocimiento de una cultura que muchos ignoraban. El Indigenismo nació para
recuperar los “valores propios, las raíces, tanto africanas como americanas, como
base para un sólido desarrollo cultural y político” (1998, p.108), según anota
Rosalía Cortés en Identidad y literatura en el Caribe francófono. La invasión,
enfatiza Cortés, les hizo tomar conciencia del desconocimiento del país real y
de la necesidad de estudiar su lengua, sus creencias y la naturaleza misma para
valorarlo y orientar la resistencia organizada. Roumain mismo, practicante de la
etnografía, asumió la tarea de recorrer Haití, de ir al encuentro de una cultura que
ignoraba. Así, la cultura del campo haitiano y los problemas sociales y políticos
de los negros le suministraron los materiales que habría de utilizar, años más tar-
de, en la concepción y escritura de Gobernadores del rocío, obra que concluyó
en México y que fue publicada en 1944, poco después de su muerte, ocurrida el
18 de agosto del mismo año en Haití.
Jacques Roumain, además de etnólogo y escritor, tenía una formación marxis-
ta, hecho que hacía de él un indigenista de otro tipo, más objetivo y crítico. El
marxismo será para él, como para muchos intelectuales negros de la época, una
fuente válida para entender y transformar las sociedades negras y mulatas. Es una
lucha más amplia la que propone, según M. Ascencio, que incluye a todos los
condenados de la tierra y no solo a los negros de Haití y el Caribe.
Como muchos de los intelectuales negros de los años treinta,
Roumain encuentra en el marxismo la explicación y la única vía
de salida de los negros norteamericanos explotados y discrimi-
nados por la sociedad blanca, de los antillanos asimilados y de
los africanos recién colonizados. Sus lecturas, su amistad con
Langston Hughes y Nicolás Guillén, sus reflexiones sobre la rea-
lidad haitiana a la luz del marxismo, lo diferencia de los otros
intelectuales indigenistas de Haití y lo lleva a salirse del patio
de su propia casa para solidarizarse con los ‘negros pata en el
suelo’ de Haití y con todos los condenados de la tierra”. (2004,
pp.XIV-XV)
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Aunque el marxismo de Roumain distó de ser muy sólido, el conocimiento que
del mismo adquiriera en sus recorridos por Estados Unidos y México, le sirvió
para entender los riesgos de la exaltación indigenista y las limitaciones de la
ideología de la negritud, apostando por una forma de lucha más amplia, que
correspondía librar a los proletarios del mundo entero, es decir, a todos los ex-
plotados del sistema capitalista, incluidos los negros.
Gobernadores del rocío
Es indisimulable que Jacques Roumain construye Gobernadores del rocío (1944)
a partir de sus amplios conocimientos etnológicos, de la situación de crisis del
campo haitiano y movilizado por el deseo de ofrecer a los negros y explotados
de su país una salida liberadora, que les ayudara a superar sus disputas internas y
a reconsiderar sus tradiciones culturales y mágicas como el vudú. Los trazos et-
nográ cos son notorios y están presentes en las descripciones de las ceremonias
como el vudú, el entierro de Manuel y los cantos del cumbite con el que cierra
la novela. Su pensamiento político de izquierda, a favor del socialismo, marca
de manera precisa la obra, algo comprensible en un intelectual que tiene la doble
condición de escritor y militante político, pero el discurso ideológico del autor no
obstruye los otros discursos del mundo recreado.
Sobre la intención política de la novela no queda ninguna duda, como tampoco
de la notación política de izquierda del autor, reconocido dirigente comunista.
Sobre la cali cación de la novela como una obra al servicio de la causa del pue-
blo, vale traer una cita de Nicolás Guillén, tomada del prólogo que escribió para
la edición cubana de 1971:
Su novela póstuma, Gobernadores del rocío, tiene por asunto la
vida de los campesinos haitianos. En ella alcanza Roumain el
punto más alto en su concepción de la literatura como un medio
de servicio popular, y en todo caso de expresión humana, antes
que simple juego y puro pasatiempo. (1971, p.XI)
La novela, además de denunciar la situación de los negros y retratar sus suras
internas, enfrenta el papel inmovilizador del vudú y deriva en un alegato a fa-
vor del poder político de una institución comunitaria como el cumbite, llama-
da a articular
la lucha en el campo haitiano y de conducirla a expresiones más
complejas. Es una obra que participa del realismo social de una manera crítica,
lúdica, compleja, en lugar de servir de simple medio de denuncia, como sucedió
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con muchas novelas escritas por esta época en varios países del continente, que
sucumbieron al puro afán de denuncia, derivando en la obra cartel sin ninguna
trascendencia. Su factura literaria la aparta, para algunos estudiosos de la obra,
del llamado realismo crítico, inaugurando, para Jacques S. Alexis, algo que de-
nominó “realismo simbólico”. Según Michaelle Ascencio, citando a Alexis, esta
concepción del realismo quedaría expresada en una obra que sería “una especie
de gran poema popular de contornos clásicos y de personajes simbólicos”, arque-
típicos, como Manuel y la misma Anaísa, re guración de Adán y Eva, la mítica
pareja del paraíso judeocristiano.
La novela hace de una comunidad negra, la de Fonds Rouge, un gran personaje
colectivo al denunciar su pobreza, al examinar el colapso de su economía debido
a la tala de bosques, al veri car su sometimiento a las autoridades mulatas y los
especuladores, trazando un fresco que ahonda en sus expresiones populares como
el vudú, los cuentos y las adivinanzas y que, al mismo tiempo, señala las suras
al interior de la misma, con familias separadas por la sangre y el odio, fuerza esta
que tiene el poder de desarticularlos justo cuando más necesitan unirse para ha-
cer frente a la sequía y el hambre que los cercan. Es una obra que, si bien exalta el
ingenio de los negros, no oculta las contradicciones que los agobian, ni la forma
en que la creencia en la intercesión o abandono de los dioses, contribuyen a para-
lizarlos y sumirlos en la resignación y la espera milagrosa de la lluvia que pondrá
n a la sequía y el hambre. Manuel, a su regreso de Cuba, será el personaje que
desnude la resignación y la desunión de una comunidad aferrada a creencias que,
sin ignorar su valor ritual y peso en la vida cotidiana de la comunidad, en nada
contribuyen a solucionar los problemas que los amenaza de extinción.
La obra no es la pura y simple reivindicación ontológica del negro y la revalora-
ción ciega de su cultura. La de Roumain es la visión de un crítico, artista y políti-
co consciente de la fuerza de la cultura popular, pero también de las limitaciones
del vudú y el cumbite a la hora de romper con la explotación capitalista de los
campesinos haitianos y de los explotados del Caribe. El cumbite tiene un valor
relativo, válido en ciertos espacios y dimensiones. La lucha total, plena, contra
la explotación, exige otras nociones y prácticas. Marxista, agitador y fundador
de un partido de izquierda, resulta natural que la práctica ideológica conduzca a
Roumain a examinar con cuidado el sistema de creencias de la cultura popular
haitiana. Manuel (analfabeta aunque curtido en la lucha sindical en Cuba), es el
espejo que le permite re exionar creativamente sobre el bloqueo comunitario al
que pueden conducir el vudú y la creencia en la intervención de las divinidades.
Empobrecida, víctima de la sequía y el odio, la comunidad espera que sus loas
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intercedan por ellos. Frente a esta situación, Manuel propone otras alternativas:
buscar el agua, aceptar la responsabilidad que quepa en la tala y superar la crisis
de sequía mediante el trabajo comunitario, siendo para ello imprescindible la paz
entre las familias enemistadas a causa de una mortal disputa de tierras, acto de
sangre sucedido en su ausencia, en plena ocupación norteamericana.
Este episodio de la muerte del padre Gervilen por Salvador, hermano de Bien-
amé, es referida por este a Manuel con una sabiduría narrativa que ilustra, de
paso, el vigor de la cultura popular haitiana y evidencia la indudable maestría de
la prosa de Roumain:
Ellos estaban en pleno cumbite, Dorisca y su banda, y no ha-
bían mezquinado el clerén. Mi hermano, el difunto Salvador Juan
José, que Dios tenga piedad de su alma, no siendo capón, se
acerca el primero: Compadre Dorisca, dice, no has actuado en
tu derecho. Pero Dorisca le responde: Apártate de mi tierra, o
voy a cortarte que hasta los perros van a vomitar. Entonces, me
injurias, dice el difunto Salvador. Mierda, responde Dorisca y tu
mamá esto y tu mamá aquello. No debías haberlo dicho, hace
Salvador y saca su machete antes que el otro y lo tiende duro,
muerto. (1971, p.64)
Aunque un juez repartió las tierras, el acto mortal y la muerte de Salvador en una
cárcel, dividen a la comunidad. Tierra y odio son repartidos para mal de todos.
La voz del áspero y quisquilloso Bienamé es contundente sobre los estragos del
odio, en una clara advertencia del poder de la sangre derramada: “Cada uno guar-
da su rencor y pule su cólera. Estamos nosotros y están los otros. Y entre los dos:
la sangre. No se puede pasar sobre la sangre” (p.64). Es un hecho lamentable,
pero, bien enterado de su papel, Manuel sabe que ahora tiene un nuevo enemigo
contra el que pelear: el odio, y la llave para salvarlo y lavar la sangre, tiene que
ser el agua, cuya búsqueda adelanta con gran empeño y total silencio. “…Manuel
se iba lentamente hacia los campos, caminaba al sol, aplastaba las plantas mar-
chitas y encorvaba un poco la espalda como si llevara una carga” (p.65).
Negritud, vudú y cumbite
Negritud
El Indigenismo en Roumain es un llamado a la lucha contra la explotación del
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campesinado y el proletariado en Haití y, por extensión, en otros países de mayo-
ría negra. Manuel, el héroe, es el portador de esta ideología. Aunque analfabeta,
igual que Cristo, regresa a la aldea natal para pregonar con el ejemplo la buena
nueva. Igual que el rabí de Galilea, Manuel será sacri cado y aceptará el sacri -
cio como el precio de la reconciliación. Su reino, sin embargo, es de este mundo,
en el aquí y un futuro probable.
Manuel regresa a su tierra con el propósito de quedarse y transformarse en el
líder de la comunidad. La sequía y la desunión le ofrecen dos campos de acción
inmediatos a los que consagra sus solitarios esfuerzos. Sirve esta situación para
que comparta con el primo Laurélien preocupaciones sobre la identidad, la situa-
ción del negro y el papel político de estos.
Es un muchacho que, como resultado de la lucha sindical y política en Cuba, ha
adquirido conocimientos sobre la situación del negro en el Caribe. Sobre Haití,
su país, no tiene ninguna duda: “Este país es patrimonio de los hombres negros
y todas las veces que trataron de quitárnosla (la tierra) hemos escardado la in-
justicia a machetazos” (p.82). Sabe que en Cuba y Haití el juez de paz, la policía
rural y los especuladores de mercaderías, están encima de los negros. Son estos
los explotadores: los enemigos. A la pregunta de Laurélien sobre lo que son ellos,
los negros, tiene una respuesta certera. “…Somos este país y él no es nada sin
nosotros” (p.83), pero es consciente de que la ignorancia política priva a los
negros de ser una fuerza vencedora: “Algún día, cuando hayamos comprendido
esta verdad, nos levantaremos de un extremo a otro del país y haremos la asam-
blea general de los gobernadores del rocío, el gran cumbite de los trabajadores
de la tierra para extirpar la miseria y plantar la vida nueva” (p.83). El que habla,
re exiona y adoctrina es un cuadro político, alguien dueño de la misión de con-
tribuir con el ejemplo a la desalienación de su comunidad.
Roumain entiende la negritud como una fuerza que es necesario despertar y or-
ganizar para hacer de la vida del negro y del país algo diferente. Su propósito,
en este sentido, está a tono con los esfuerzos de los intelectuales y artistas que
avivan la negritud en el Caribe. Sabe bien, como lo promovían Aimé Césaire y
otros, que la negritud “es, ante todo, según mi opinión, una toma de conciencia
concreta y no abstracta” (1969, p.XXX). Despertar y descolonización de la con-
ciencia son vitales para que el negro asuma la tarea de su liberación económica,
política y cultural. Manuel tiene claro que el propósito de la lucha trasciende la
discriminación racial. Es un cuadro político que tiene identi cados a los ene-
migos: la oligarquía mulata, el Estado rapaz, sus gendarmes, los comerciantes
especuladores y el imperialismo, siempre amenazante.
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La negritud percibida en la obra es, por contexto y propósito, opuesta a la que
pregonará el movimiento de la Negritud en los años posteriores al Indigenismo.
La lucha del negro haitiano y de los negros tiene como objetivo nal la cons-
trucción de la libertad y de una nación justa. No es una negritud o pre-negritud
interesada en ensalzar la historia del negro frente a la del blanco, como aclara
Ascencio en el Prólogo (XXVII) a la edición de la novela publicada por la Bi-
blioteca Ayacucho. Es una negritud que muestra la explotación del negro, pero
que percibe o intuye que esta lucha es un momento de la liberación mayor de to-
dos los explotados del capitalismo y los sistemas coloniales vigentes, sin ningún
distingo de color. Postura coherente y dialéctica de alguien que entendió a partir
del marxismo básico al que al parecer tuvo acceso, que el fetiche de la epidermis
es un hijo de capital, como tendrá oportunidad de esclarecer años más tarde René
Dépestre al identi car las fuentes históricas de la discriminación racial en su
ensayo Buenos días y adiós a la negritud.
El fetichismo de la epidermis es un hijo político del capital. Detrás
de él se proyecta la sombra dirigida, alienante y prepotente de
la propiedad privada; la situación objetiva de un tipo social de
hombres, los amos europeos, que redujeron al estado de propie-
dades a otro tipo social de hombres, los esclavos africanos, no
a causa de una ‘diferencia de naturaleza, de raza o de especie’
entre los primeros y los segundos, sino, simplemente, porque en
la escena política y militar del siglo XV, la religión de la fuerza
era favorable a los Estados cristianos de Occidente, a la hora de
remplazar, en las minas y en las plantaciones de América, a los
trabajadores indios por los trabajadores africanos. (1996, p.93)
El vudú
El vudú es una fuerza ancestral, un sistema mágico-religioso de cohesión, una
práctica viva de la religiosidad de Fonds Rouge, pero al mismo tiempo es una
fuente de resignación que priva al hombre de la lucha y lo entrega a los rigores
de la naturaleza y a un sistema de explotación como el capitalismo.
En la novela, el vudú entra de manera natural, en tanto es un re ejo de la concien-
cia mágico-religiosa del pueblo haitiano, como advierte Margarita Mateo en su
artículo Narrativa caribeña: re exiones y pronósticos (1990), en el que examina
el papel de la dimensión mítica en la novela de Roumain.
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El vudú incorporado de esa forma en la obra trasciende el simple uso especular
de un mito. Para la autora, el vudú desempeña en la obra una e caz función
narrativa clave en tanto expresión de las creencias y la concepción del pueblo
haitiano. Práctica que Roumain entiende y conoce, si bien resulta contraria a los
dictados de la lucha política de izquierda que profesa.
Manuel, el personaje central, será el encargado de explicitar la actitud de incre-
dulidad y rechazo hacia el vudú. En la novela el vudú irrumpe en el capítulo IV,
cuando Délira y Bienamé, contratan a Dorméus, el hungan, para realizar una
ceremonia de agradecimiento por el regreso del hijo.
La ceremonia cambia de signo cuando Papa Legba, el dios que abrió el camino
de regreso a Manuel, es sustituido por Ogún, el sanguinario y temido dios de los
herreros. A ello hay que agregar que Manuel, al ser interrogado por Ogún, olvida
las fórmulas de respeto debida a los loas.
Según la lectura mágica de la novela, en la perspectiva de las creencias del pue-
blo haitiano, la aparición de Ogún y el canto de muerte con el que concluye el ri-
tual, adquieren un signi cativo valor profético. La muerte de Manuel, anunciada
de esta forma, signi caría también una sanción por su irrespeto a las divinidades
afroantillanas, según la postura de Mateo (190, 83); anuncio, sugerencia que solo
Délira capta: “Bienamé, mi hombre. No me gusta eso que ha cantado Papa Ogún,
no. Sentí un peso en el corazón. No sé lo que me pasa” (p.77).
A todas estas, hay que señalar, que Manuel, ajeno al presagio y a su recepción
por parte de Délira, mantendrá una actitud de crítica sobre el ritual y la esta en
la que culmina:
Sin embargo, la fiesta continuaba. Los vecinos olvidaban su mi-
seria la danza y el alcohol los anestesiaba, los arrastraba y aho-
gaba su conciencia náufraga en esas regiones irreales y som-
brías donde los acechaba la ferocidad irracional de los dioses
africanos. (p.78)
Su actitud es re exiva frente a la práctica que ha costado cuarenta piastras de la
economía doméstica. Re exión que adquirirá un carácter más abierto durante su
cita con Anaísa en el monte de los lataneros, la que tiene lugar varios días des-
pués del ritual. Es terriblemente crítico de su comunidad:
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¿Cómo viven ustedes? Sería un milagro que viviesen, pero esto
es morir, ustedes morirán lentamente. ¿Y qué han hecho contra
esto? Una sola cosa: gritar vuestra miseria a los loas, ofreciendo
ceremonias para que ellos hagan caer la lluvia. Pero todo eso
son idioteces y macaquerías. Eso no cuenta, es un despilfarro
inútil. (p.102)
Al ser interrogado por la muchacha sobre el temor a los viejos de Guinea, su
respuesta ilustra el valor que para él tiene el vudú.
No, tengo consideración por las costumbres de los antepasados,
pero la sangre de un gallo o de un cabrito no puede dar vuelta
a las estaciones, cambiar el curso de las nubes e hincharlas de
agua como vejigas. La otra noche, en ese servicio de Legba, bai-
lé y canté mi plena satisfacción: soy negro, ¿no es cierto?, y me
di el gusto como negro verdadero. Cuando los tambores golpean,
me repercute en la boca del estómago, siento una comezón en
mis riñones y una corriente en mis piernas, es preciso que entre
en la ronda. Pero eso es todo. (p.102)
Aquí en este apartado de la novela, sin ninguna duda una de sus cimas, Manuel
reconoce que su experiencia de Cuba le enseñó que la rebeldía y el conocimiento
de que el hombre es el modelador de su vida, son las cosas que cuentan. Cree
en la huelga, de la que participó en los ingenios de Cuba y cree, además, en el
conocimiento sobre la tierra y la naturaleza, que le permitirá encontrar el agua y
colocarla al servicio de todos. El agua será para todos y entre todos construirán
el canal que habrá de traerla a la llanura calcinada, en cuyos huertos y campos
mueren la tierra talada y en la que ellos sobreviven. Pero el cumbite no es posi-
ble si persiste la enemistad, el odio, y si el odio persiste, el agua se quedará sin
utilidad para nadie.
El vudú es una creencia sin ninguna fuerza para alterar la sequía y solucionar
la miseria y la explotación. Es una fuerza inmovilizadora, que lastra y resigna,
según el protagonista. El cumbite, en cambio, es la fuerza comunitaria que per-
mitirá desplegar la lucha en principio contra la pobreza.
El vudú, si bien contrario a la ideología de Manuel y a la ideología del autor,
cumple en la novela un papel narrativo crucial desde el punto de vista del pen-
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samiento precientí co y popular de la comunidad que asiste a la ceremonia en
casa de Bienamé y Délira, los padres de Manuel. La función que el vudú cumple
sería, para Margarita Mateo, una lección de e caz uso literario de la dimensión
mágico-religiosa del pueblo haitiano en la novela. Más que pintura, que simple
artilugio folclórico, el ritual devela, además de conocimiento, un uso estético
acertado y consciente que sirve de contrabalanceo a la mirada externa del prota-
gonista.
Para Margarita Mateo (1990) es claro que la dimensión mítica de la novela, ex-
presada en el vudú, en nada afecta la e cacia de su mensaje comunitario y so-
cialista, y contribuye más bien a su mejor elaboración artística. Aunque para
Roumain la religión constituía una traba para el progreso de Haití, no por ello, en
tanto creador y etnólogo, relegó el vudú, sino que, a ncado en su conocimiento
de la práctica, la empleó con indudable e cacia literaria en la obra.
El cumbite
El cumbite, en este sentido, es la institución que Roumain, siempre a través de
Manuel, su alter ego en la cción, reivindica, en la que ve la salida al odio que
divide a los hombres y mujeres de Fonds Rouge y a la crisis de sequía; por ello,
cuando descubre la fuente de agua que traerá la vida a los campos de su aldea,
sabe que la única manera de aprovecharla es mediante un gran cumbite, es decir,
mediante el trabajo de toda la colectividad, sin ningún reparo, de ahí que sea él
quien proponga a la familia enemiga y la suya la paz, y les haga extensiva la in-
vitación a todos a salvarse mediante el esfuerzo articulado. Para él, sin embargo,
este es un primer paso, porque es claro, como queda sugerido en sus conver-
saciones con Anaísa, que sus propósitos con la comunidad van más allá. Esto
es evidente cuando re exiona sobre la conveniencia de unirse todos contra los
explotadores y además por el papel que le asigna a la educación para las futuras
generaciones, para que estas no vivan en la ignorancia que frustra, atemoriza e
inmoviliza. Es un actor político el que habla, así a ratos Jacques Roumain, el cua-
dro marxista, hable por él, en una indisimulable identi cación ideológica entre el
autor y su personaje. Indigenismo beligerante, que cree en el poder de la educa-
ción, la literatura, la ciencia, e inseparable de la lucha ideológica y política con-
tra el explotador, que acude de manera inteligente al cumbite como institución
colectiva y tradicional a partir de la cual comenzar a organizar la confrontación
política: lucha que no podía excluir a los sectores pobres de las ciudades y a los
mulatos marginados que laboraban en actividades informales, domésticas y de
baja remuneración en Haití.
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El socialismo: una apuesta en el horizonte
La novela rma un dibujo que trasciende el ámbito del cumbite. Es una propuesta
para que los negros superen sus diferencias y aprendan, desde sus posiciones en
la producción y las clases a identi car a sus enemigos. Manuel sabe que el odio
es nefasto porque aísla, separa, inmoviliza; de ahí la necesidad de alcanzar la paz
entre su familia y la de Gervilen, para allanar el camino del cumbite y, a partir de
este, de otras formas de lucha. La razón y el entendimiento deben guiar el proceso
de superación de la crisis social y económica de Fonds Rouge. El socialismo pa-
reciera ser el camino hacia el que la novela orienta. Algo normal en un continente
en que hacían irrupción los partidos de izquierda. El propio Jacques Roumain
había fundado el Partido Comunista de Haití en 1934. Era estratégico que, como
paso previo a la lucha contra el capital y la explotación, el negro haitiano debía
superar sus rencillas internas. Los negros, al menos en Haití, constituían una cla-
se marginada, oprimida, a la que se le negaba la educación y que vivía a expensas
de las autoridades y los mulatos. Durante la invasión norteamericana los negros
fueron las víctimas de la alianza entre invasores y la burguesía mulata. Habían
perdido sus tierras, habían tenido que convertir sus bosques en carbón, marchar
a las ciudades o a otros países como sucedió con Manuel. Correspondía organi-
zarlos, educarlos políticamente, para usar su gran fuerza contra la dominación y
construir, en un futuro que muchos visualizaron en el horizonte inmediato, una
nación sin explotadores y explotados. Esta visión, un tanto romántica, y la jerga
que Manuel emplea, no admiten dudas de los alcances del discurso de la novela,
de la motivación ideológica del autor, expresión de los sectores más oprimidos
del Caribe y el continente en ese entonces. Su negritud es materialista, histórica,
concreta, una ideología que sabe dónde están los amigos y dónde los enemigos.
Su formación sindical le alcanza para saber que existen negros y mulatos, y que
tales diferencias responden a los lugares que unos y otros han desempeñado his-
tóricamente en la producción y distribución de bienes materiales y espirituales.
Son adversarios, no por el color, sino por el lugar que ocupan en la producción
y en la sociedad. La suya es, en síntesis, una negritud materialista y consciente
de que en la lucha de liberación los negros son una clase de oprimidos y nos los
únicos. A la in uencia del socialismo, a la formación marxista del autor, habrá
que atribuir que la negritud de Gobernadores del rocío escape a la metafísica so-
mática en la que terminó evaporada la negritud al derivar en ideología de Estado
y caer en las trampas del imperialismo metodológico de la antropología cultural
y del concepto de raza que pensó combatir, como lo ha elucidado sistemática y
convenientemente René Dépestre en su citado artículo Buenos días y adiós a la
negritud. Por ello, el discurso que anima a Gobernadores del rocío, a prudente
distancia de la negritud esencialista, tiene claro el camino a transitar:
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No hay más que un medio para salvarnos, uno solo, no dos:
reconstruir la buena familia de vecinos, rehacer la unión de los
trabajadores de la tierra entre hermanos y hermanos, compartir
nuestras penas y nuestro trabajo entre camaradas y camara-
das... (p.156)
Es un discurso consciente al invocar el espíritu comunitario de Fonds Rouge: el
cumbite. Es consciente, asimismo, que el cumbite es solo la plataforma de una
lucha más amplia, que deben desarrollar los campesinos explotados por un sis-
tema que los deshumaniza para justi car su dominio sobre ellos y sus recursos.
La novela es, en la perspectiva del indigenismo y la negritud, más que una fuente
de conocimiento de comunidad, un instrumento de lucha, además de ser la ex-
presión estética del ingenio popular de una etnia satanizada. La cultura popular
deriva en una fuente disponible, que “está en nosotros como una punzada y una
esperanza, pero también como conciencia o locura de una carencia”, para usar
las palabras que E. Glissant emplea en El discurso antillano (1981, p.174) al
referirse a una probable salida a la situación de alienación integral de los negros
de Martinica.
El cumbite debía trascender hasta transformarse en un cumbite de todos los tra-
bajadores del mundo, sistema que permitiría formar la asamblea general de go-
bernadores del rocío, el gran cumbite que extirparía de la miseria de la tierra y en
su lugar plantaría una nueva vida.
En la cción, ciertamente, el cumbite opera, y la muerte de Manuel, herido por el
brazo nocturno de Gervilen, no impide que la comunidad construya el canal que
acaso devuelva la prosperidad a las tierras del empobrecido fundo.
Un exceso de idealismo y hasta de misticismo podría objetársele a la novela, si
uno emparenta el sacri cio de Manuel con el sacri cio de Cristo, cuyo mito está
en la trastienda de la vida del protagonista desde su regreso de Cuba
2
. Manuel
es, sin embargo, un Jesús en el que el discurso cristiano cede el lugar al discurso
del socialismo.
2 El mito de Jesús es notorio en la obra, un instrumento expresivo que la atraviesa y con gura, según Margarita
Mateo. La misión y sacri cio de Manuel sigue un camino similar al de Jesús. Los niños también sucumben al
encanto de Manuel, el negro que vino de Cuba, que busca el agua. Este manejo acertado del mito cristiano en
la re guración de Manuel sería otra prueba de la importancia funcional, para Mateo, de la dimensión mítica y
del empeño de Roumain por “alcanzar la imagen exacta de su pueblo” (p.90). La novela recrea otros mitos de
la tradición judeo-cristiana como la pareja de Adán y Eva, de alguna manera re gurada en Manuel y Anaísa.
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Es un hombre que tiene plena certeza terrenal de su destino y del sentido de su sa-
cri cio. En el lecho de moribundo, en la compañía cómplice de Délira, deja todo
dispuesto para que ella no solo oculte la real causa de su muerte, sino transmita
un mensaje de reconciliación a la familia del agresor, a efectos de que el agua y
la comunidad se salven:
Habéis ofrecido sacrificios a los loas, habéis ofrecido la sangre
de las gallinas y los cabritos para hacer que caiga la lluvia, eso
no ha servido para nada. Porque lo que cuenta es el sacrificio del
hombre. Es la sangre del negro. Ve a buscar a Larivoire. Dile la
voluntad de la sangre que ha corrido: la reconciliación, la recon-
ciliación para que la vida recomience, para que el día se eleve
sobre el rocío. (p.206)
Solo este sacri cio permitirá a su comunidad transformarse en gobernadores del
rocío, del agua, del riego.
La ideología de Roumain, encarnada en Manuel, aunque crítica de la realidad
social del negro haitiano, está lejos de ser un impedimento a la hora de enfrentar
y entender el vudú como una creencia presente en la vida cotidiana del campesi-
nado haitiano. Según la lectura de Margarita Mateo, la habilidad del creador que
había en Roumain consistió en incorporar el vudú como un e caz procedimiento
narrativo, como una función estructuradora que para ella va a ser una caracterís-
tica central de la literatura caribeña de la segunda mitad del siglo XX. Eludió así
la trampa de la novela realista de la época de incorporar los mitos como simple
re ejo especular. El efecto es una obra compleja en donde la ideología socialista
admite en la novela otras ideologías y creencias operantes en la sociedad recrea-
da, el sustrato vital y último de toda obra de creación.
Haití sigue siendo una nación atrapada en el odio, la pobreza, la corrupción, las
guerras internas, un pedazo de tierra que la naturaleza sacude de cuando en cuan-
do, como sucedió hará dos años con el terremoto que acabó con parte del país
y mató a miles de haitianos. El socialismo, la esperanza de Roumain, probó ser
un sistema despótico en manos de hombres como Stalin. No vivió para conocer
los horrores del stalinismo, que motivaría la renuncia de Aimé Césaire al Partido
Comunista de su país a mediados de los cincuenta, pero sí padeció el callejón sin
salida en el que todavía deambula Haití.
Cabe la posibilidad de ver en la mano oscura y letal de Gervilen la metáfora y
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representación de esas fuerzas internas dispuestas siempre a borrar el camino del
entendimiento y a liquidar a los hombres que piensan diferente. A Roumain le
sucedió. Ser comunista y entender de otra manera Haití le valió persecuciones
y cárceles. Acaso al político inspirado, el ojo escéptico del poeta le sugirió, en
algún momento de la concepción de la novela y su héroe sacri cado, que hace
falta algo más que sueños para cambiar la historia, porque en cada vuelta del
camino hay un Gervilen dispuesto a emerger de las sombras con un golpe de
puñal. Queda, dirá alguna voz, la esperanza, una fuerza, una carencia, un camino
susceptible de ser afrontado una y otra vez, a cualquiera hora, bajo la tormenta y
el agua, a oscuras, si es preciso.
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Cómo citar este artículo: Ramírez, C. & Noriega, I. (2017). Negritud, cumbite y so-
cialismo en Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain. Cuadernos de Literatura,
(25), 75-92. DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.25.2017.5
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