Voces de la marginalidad
Voices of marginality
en
Lo amador
,
de Roberto Burgos
Cantor
in
Lo amador
, of Roberto
Burgos Cantor
Hernando Motato C.*
Universidad Industrial de Santander, Colombia
DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.25.2017.4
Recibido: Abril 28 de 2016 * Aprobado: Agosto 9 de 2016
CUADERNOS DE LITERATURA DEL CARIBE E HISPANOAMÉRICA • ISSN 1794-8290 • NO. 25 • ENERO-JUNIO 2017 • 51 - 71
* Magíster en literatura Latinoamericana, Ponti cia Universidad Javeriana, de Bogotá. Profesor Titular Escuela
de Idiomas, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga-Colombia.
jhmotato@yahoo.com
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VOCES DE LA MARGINALIDAD EN LO AMADOR, DE ROBERTO BURGOS CANTOR
Resumen
Este ensayo es una reflexión sobre los
cuentos de Roberto Burgos Cantor inclui-
das en Voces de Lo amador (1980). Aquí,
Burgos Cantor configura personajes del
barrio marginal a partir de sus diferentes
oficios y formas de vida. Estos cuentos
recrean la ciudad a través de la música
popular y la relación de los personajes
con espacios citadinos, bien sea los pa-
tios de las casas o las calles. El narrador
emplea largos monólogos y en ellos cuen-
ta cómo nació el barrio y las ilusiones de
sus personajes, como por ejemplo, el de
una joven que aspira a salir de su pobreza
con la música o el joven que tiene como
propósito la actuación en el cine, pero fra-
casa debido a un accidente en el taller de
mecánica. Todas las historias de los diver-
sos personajes son contadas por medio
de la memoria.
Palabras clave
Voces, marginalidad, ciudad, personajes
y memoria.
Abstract
This essay is a reflection about the
tales of Roberto Burgos Cantor in-
cluded in Voices of Lo amador (1980),
which is the configuration of the
marginal neighbourhood characters
through different jobs and lifestyles.
These tales recreate the city through
popular music and the relationship the
characters bear to city spaces such
as the house yards or the streets.
The narrator uses long monologues
through which he narrates the cre-
ation of the neighbourhood and the
illusions of his characters such as the
girl who aspires to escape from pov-
erty through music or the young man
who would like to act in films but fails
due to an accident in a car shop. All
the stories of the various characters
are mediated by memory.
Key words
Voices, marginality, city, characters
and memory.
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Lo amador (1980) es un libro de cuentos del escritor cartagenero Roberto Burgos
Cantor (1948). En la primera edición del Instituto Colombiano de Cultura en co-
edición con la Universidad de Cartagena aparecen siete cuentos, los cuales son:
Historias de cantantes, El otro, Era una vez una reina que tenía, Estas frases de
amor que se repiten tanto, Aquí donde usted me ve, Los misterios gozosos y En
esta angosta esquina de la tierra. Las ediciones de Editorial Norma (2001) y Edi-
torial Amaral (2012) conservan el número de cuentos de la primera edición; en
cambio la Editorial Oveja Negra (s/f) le agrega cuatro cuentos, que son: Cuando
el salitre destroza las palabras, La ceniza de los sueños, Violeta verde mar y sin
nombre y Esta noche de siempre. Esencialmente, estos cuentos narran la vida de
unos personajes sumidos en la pobreza social, excluidos de un bienestar social y
dependiendo de la suerte de una rifa o de un viaje ilusorio a Venezuela. Los cuen-
tos recrean la vida en el barrio pobre, de ese barrio que nace de los infortunios
de la violencia, de ese espacio donde la miseria es la cotidianidad que abruma el
espíritu de los personajes y solo la ilusión los alienta a una nueva posibilidad de
cambio. De ahí que el canto se constituya en el aval para mantener el suspenso
en alguno de los cuentos, pues una presentación en la radio, la composición de
una canción o la prueba como cantante en Venezuela, mantienen en vilo el pensa-
miento y la vida de estos personajes, aunque al parecer ellos olvidan que están al
margen de otra oportunidad sobre la tierra. De acuerdo con lo anterior, considero
pertinente señalar que la marginalidad, tal como lo plantea el arquitecto y soció-
logo, Fausto Martínez, es:
Fenómeno producido por la interacción de una pluralidad de pro-
cesos (o factores)… que afectan a los individuos y a los grupos
humanos, impidiéndoles acceder a un nivel de calidad de vida
decente y/o de participar plenamente según sus capacidades,
en los procesos de desarrollo. Dichos procesos… conciernen a
múltiples ámbitos: las dificultades de acceso al trabajo, al cré-
dito, a los servicios sociales, a la instrucción, el analfabetismo,
la pobreza, el aislamiento territorial, el riesgo epidemiológico, la
discriminación por género, la discriminación política, las caren-
cias de las viviendas y la discriminación étnico-lingüística. (2011,
p.68)
Entonces, vemos cómo Mabel Herrera, personaje de “Historia de cantantes” vive
ilusionada con su voz de cantante para que algún día sea reconocida y de dicho
reconocimiento alcanzar la esquiva fama para solventar la precaria economía
hogareña, dejada al desgaire por un padre que viaja a Venezuela con el n de in-
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tegrar un conjunto musical, pero la dura realidad lo condena a mesero en un res-
taurante. Mientras tanto Mabel cuenta que: “Ahí ayudo a mi mamá con las rifas y
con el reparto de la ropa a veces voy al programa de cantantes a cionados no sé
si puedes cogerlo desde allá en la radio, es a las tres de la tarde” (Burgos, 1980,
p.22). En esta cita observamos una redacción precaria, carente de puntuación, lo
cual indica que este personaje tiene una escolaridad muy primaria, pero al mismo
tiempo hay la intención de resaltar el mensaje de aliento a su padre.
Otra visión de la marginalidad está centrada en las voces o expresiones de su
conciencia marginal, en tanto estos personajes asumen unas formas de comu-
nicación, bien desde la oralidad, propia de la cultura Caribe, o bien desde la
espacialidad, llámese barrio, en donde los personajes dirimen el con icto de su
existencia, a partir de o cios que condenan su procedencia y sentencian su vida
a un destino trágico. De ahí que sea frecuente el uso de términos como “nojo-
da”, “fíjate”, “aquí donde usted me ve”, frases que el personaje ha arrancado de
su entorno musical o festivo y pone en el fraseo diario con sus vecinos. En este
sentido, Amir Valle descifra la situación del ser marginal en los recodos de la
periferia cuando a rma:
Y es esta ciudad el escenario donde los protagonistas no perte-
necen a esos seres que habitan (y hacen) la historia, sino a esos
otros que la padecen y agonizan bajo sus oleadas usualmente
devastadoras, según el hálito destructor de los nuevos tiempos.
Prostitutas, asesinos, ladrones, pobres sin esperanza, jóvenes
drogadictos y desilusionados de sus países y sociedades; habi-
tantes, en fin, de los mundos oscuros de la perdición marginal,
se convierten en los protagonistas de las historias literarias del
presente de los años 90 y hasta hoy. (2007, p.98)
En tal sentido, este enfoque implica la presencia de unos personajes con una
conciencia portadora de las quimeras que envuelven la pobreza; bien por el des-
plazamiento del campo a la ciudad, o de igual manera por la hondura existencial
que les proporciona la vida cotidiana en los laberintos que encierra la ciudad a
través de o cios del bajo mundo o de lo excluido del ambiente urbano. Precisa-
mente, en “En esta angosta esquina de la tierra”, el personaje cuenta que fue uno
de los primeros pobladores del barrio. En un largo monólogo nos dice: “Yo en
el barrio enseguida me acomodé no un acomodo de aquí llegué y tengo cogido a
dios de una hueva no te suelto mira la creación el sexto día que te dormiste y la
zorra hizo un desastre no un acomodo de ahí vamos sin sollarme en el desespero”
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(p.89) y con un estoicismo cargado de humor, nos deja la inquietud con la idea
de que la resignación es la mejor compañía para soportar la pobreza y, por ende,
la marginalidad.
Ahora bien, es necesario exponer o plantear que el uso del término marginalidad,
en el análisis de una obra literaria, es tomado o en el mejor de los casos prestado
de la sociología y de ella se toma la teoría de la marginalidad del sociólogo belga
y sacerdote jesuita Roger Wakemans, quien fue uno de los principales exponen-
tes de este concepto en América Latina. Para él, las sociedades de estos países
son una “totalidad” y de ella el devenir de estas a partir de la verticalidad de la
sociedad con las categorías de “afuera” y “adentro”, “centro” y “periferia”. En
este caso, la ciudad concreta en los cuentos de Burgos Cantor es Cartagena y de
esta ciudad aparece ccionalizado el barrio Lo amador. Este barrio está ubicado
en la zona norte de la ciudad de Cartagena, en las estribaciones del cerro de La
Popa y colinda con los barrios Nariño, El Espinal y Toril. Como todos los barrios
que nacen en la periferia de la ciudad colombiana, está poblado por gentes que
en los años sesenta son desplazadas por la violencia partidista que azota el país
debido a la muerte del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. El nombre del barrio se
debe al apellido de un presidente de la asamblea del Estado Soberano de Bolívar;
me re ero a Manuel Amador Fierro.
El desplazado se ubica, de acuerdo con los planteamientos de Amir Valle (2007),
“afuera” o sea en la periferia de la ciudad, mientras el “adentro” corresponde a
lo ya establecido por unas familias raizales ubicadas en torno a los apellidos de
linaje y conservadoras de la tradición religiosa y cultural heredada de España. En
cuanto al “centro”, es ese espacio de lo tradicional y son esas familias que habi-
tan la cuadrícula de la plaza. Sus casas aún ostentan el viejo escudo de familia,
traído de España y tienen el privilegio de ir a la iglesia a cualquier hora del día
y de ocupar los puestos del gobierno, los cuales son heredados de generación en
generación. En síntesis, allí reside el poder, pues ese es el centro de la ciudad.
Mientras en el “afuera” está el recién llegado, el advenedizo, aquel personaje
expulsado del campo y desposeído de los bene cios que la ciudad ofrece y esto
le otorga la triste denominación social de marginado; o lo que el renombrado
sociólogo Sáenz O llama “la refundación traumática de la ciudad” y que consiste
en que la periferia es el producto del crecimiento anárquico de la ciudad. Enton-
ces, “Para comprender al marginal es necesario considerarlo como un hombre
expulsado de su mundo de origen –el hinterland– no acogido por la urbe moder-
na, viviendo en la “tierra de nadie” y siendo de nitivamente nadie en términos
de signi cación social” (Hoffmann, García, Mercado y Uribe, 1969, p.285). Esa
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tierra de nadie, título apropiado de la novela de Juan Carlos Onetti, está relacio-
nada con las características con las que están con gurados los personajes de Lo
amador, en tanto están al margen del centro de la ciudad, desprovistos de lo más
elemental que la ciudad ofrece. Ante esta vida deplorable, asumen una actitud
estoica que se mani esta en la música y el baile o en o cios que la tragedia de
vivir les ofrece. Burgos Cantor apela en este sentido al estribillo de una canción
salsera. Es la voz de ese narrador anónimo que evoca su llegada a ese eriazo y el
ganar un espacio para disfrutar de las canciones del Jefe Daniel Santos o de una
guaracha.
Fíjate, siempre así, yo que nací cantando, cuando quería contar
mi invención ya alguien me la había robado. Nojoda, yo no sé
qué pasa, pero a mí como que me tocó este rinconcito del mundo
donde todas las vainas ya pasaron. (1980, p.29)
La voz o conciencia del personaje muestra la capacidad para integrarse a un
mundo sociocultural codi cado por una serie de comportamientos marginales y
en directa relación con la interiorización espiritual del excluido. De tal modo, la
marginalidad, desde la perspectiva de la ciudad, en el caso de los cuentos de Lo
amador (1980), está conformada por las historias de esos personajes que llegan a
un sitio de la ciudad y allí resigni can su existencia de lo que les ofrece la margi-
nalidad urbana: trabajos mal pagos, los golpes de una vida amarga y surcada por
la “mala suerte”, como ellos suelen llamar a la exclusión. En primera instancia,
destaco la situación de violencia que propicia el éxodo de campesinos hacia la
ciudad, y en ella, la necesidad de vivienda que propicia la ocupación o invasión
de baldíos o de terrenos ejidos para construir sus precarias viviendas, pues es
importante resaltar que la marginalidad depende de las diferentes situaciones y
circunstancias que encuentren en la ciudad. Entonces,
… el ocupante de sitios eriazos o de casas aisladas, ubicado en
forma dispersa en áreas urbanas desarrolladas, ya sea porque
logró aislarse en medio del avance de nuevas construcciones o
formación de zonas urbanas, dentro del proceso de urbanización
creciente, fue agregado en calidad de cuidador de sitios, o sim-
plemente porque invadió, individualmente, terrenos que encontró
disponibles. (Hoffmann et al., 1969, pp.293-294)
Desde este punto de vista, la propuesta estética de Roberto Burgos Cantor sobre
las expresiones de la marginalidad consiste en contar cómo la ciudad crece en
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el caos de la vida del barrio pobre y para ello se vale de las expresiones de la
cultura popular, como son: la música y en ella las letras de los boleros y la Salsa,
la oralidad y el humor. Con base en estas manifestaciones de la cultura popular,
con gura los personajes de sus cuentos en Lo amador, su obra prima –Burgos
Cantor quiso llamarla Historias de Cantantes–; en donde el escritor de ne di-
versas formas de esos personajes marginales en un espacio ccional, un barrio
de la periferia de Cartagena, en donde desarrolla unos acontecimientos narrati-
vos constituidos por unos personajes de nidos por las voces de la costurera, la
cantante frustrada, el mecánico, la bruja, o cios que de nen unas formas de la
vida marginal. Para la ccionalización del espacio es necesaria la armonía entre
personaje y ambiente, pues los cuentos trazan una línea sucesiva de comporta-
mientos y formas de pensamiento de los personajes muy propios de su condición
de personaje marginal. Dichos personajes aparecen derrotados por la vida, sin
esperanzas de salir del barrio, anclados a las ilusiones de un futuro incierto y
apegados a las letras de las canciones como única posibilidad de alegría. “... y se
la pasaba, la noche entera en la sala al lado del RCA Víctor que prendía bajito
para escuchar boleros de Daniel Santos…” (1980, p.43).
Con base en lo anterior, tenemos la con guración de los diferentes personajes
que constituyen Lo amador: personajes que aparecen en un espacio donde cons-
truyen sus casas al margen de todas las exigencias y lujos que ofrece la vida
urbana. Lo amador es el anuncio del crecimiento anárquico de la ciudad y un
barrio colmado de tristezas. Los personajes testimonian cómo crece el barrio y
cuáles son sus condiciones de vida al margen de la modernidad de la urbe. El
nacimiento del barrio ensancha el devenir de sus personajes al margen de las
comodidades, placeres y ostentaciones que puede ofrecer la ciudad. También es
el barrio receptor de unos habitantes desplazados por los ecos de una violencia
anclada en los rediles de la existencia. En el texto leemos:
Lo encontraron ya muerto en el parque que está frente a la cárcel
de San Diego envuelto en una bolsa de plástico. Estaba tibio y
como dormido. Debajo de la tetilla izquierda tenía un hueco pe-
queño y ennegrecido en los bordes. (1980, p.64)
Es otra expresión de la violencia. El narrador de un modo minucioso y descarna-
do describe al negro José Raquel, aquel trabajador del puerto que buscó todas las
formas para salir de esa miserable condición de cargador de barcos, que estudió
y se ganó el liderazgo y aprecio de sus compañeros por defender y reclamar sus
justas peticiones.
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La condición socioeconómica de los habitantes del barrio Lo amador, nutre la
percepción estética de Burgos Cantor en tanto él aprovecha todas esas expre-
siones de la población que trabaja en o cios artesanales o, podría decirse, infor-
males para la estructuración de personajes y en ellos ese saber hacer y decir las
cosas de la manera más sencilla y cotidiana como es la ocupación de la mamá de
Mabel Herrera en el cuento “Historias de cantantes”; los mecánicos de automó-
viles, como Atenor Jugada en “El otro”; los cantantes frustrados, como el padre
de Mabel y ella misma; los vigilantes, albañiles y carpinteros; esto sin mencio-
nar la venta de rifas que se convierte en una manera de sobrevivir en los barrios
populares de la ciudad naciente de los cuentos. “Atenor Jugada sobrevivía a sus
encuentros con la desgracia. Parecía una lucha de la cual él salía revolcado y
sonriente a buscarla de nuevo con la secreta seguridad de ganarle un día y ama-
rrarla para siempre” (p.29). En esta cita desgracia y revolcado son dos palabras
clave para entender la pobreza de este personaje y cómo asume la desgracia de
un modo jocoso: amarrarla y ganarle.
Asimismo, con base en esta cita vemos que la marginalidad es la superposición
de capas sociales en primera instancia. En este encuentro social, el desposeído
lleva la peor parte, pues no vive sino que sobrevive la desgracia de ser margi-
nal. En los cuentos de Lo amador esta situación la encontramos en la aparición
de pobladores desplazados del campo que ingresan al crecimiento poblacional
de la ciudad y aquí ocupan los predios periféricos, y como tal, carentes de los
más elementales servicios públicos. Este desplazamiento obedece en muchas cir-
cunstancias a fenómenos de violencia o a las condiciones de pauperización del
campo. Estos casos los asume la literatura y de ello dan cuenta, por ejemplo,
los personajes orilleros de las llamadas “villas miserias” en los cuentos de Jor-
ge Luis Borges, las muchachas del servicio y obreros venidos de las minas de
cobre ubicados en “las callampas” chilenas de los cuentos de José Donoso; la
vida atormentada de los personajes y las expresiones de violencia urbana de las
“favelas” de Rio de Janeiro en los cuentos del escritor brasilero Rubem Fonseca
y en la magistral novela Cidade de Deus, de Paulo Lins. En el caso de la obra de
Roberto Burgos Cantor, aparecen personajes mulatos y negros con ocupaciones
marginales, además de la ya mencionada modistería, también aparecen la pesca,
la albañilería o la práctica de deportes como el boxeo. Esta apropiación de la vida
marginal hace que la obra de Burgos Cantor sea sólida en un haz de personajes
de nidos en la historia social del negro, el trá co negrero y el desarrollo de la
ciudad colombiana. De ahí que los cuentos de Lo amador sean el germen de sus
posteriores obras y se conviertan en los “vasos comunicantes” con los cuentos
publicados en el libro De gozos y desvelos (1987), en donde también aparecen
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el boxeador, el pescador, la muchacha que llega de un pueblo de Córdoba y se
emplea como muchacha del servicio y termina su vida en un prostíbulo. En esta
misma línea, aparece la novela El patio de los vientos perdidos (1987), en donde
el prostíbulo, junto con la música y el boxeo, es determinante en la vida de los
personajes. Así se llega a su obra culmen: La ceiba de la memoria (2007), en
donde se narra cómo llegan los negros a Cartagena y son despojados de su cultu-
ra, sus ideas y sus creencias. A ellos les imponen una tierra y unas formas de vida
que trastocan sus pensamientos y condicionan una vida de sumisión y penurias.
En este orden de ideas, la ubicación del barrio en el espacio de la ciudad posibi-
lita que sus personajes idealicen la ciudad desde la piel que se rasga en las calles,
desde la memoria enamorada que en noches de luna idealiza a la mujer, desde
las tardes en la contemplación del mar y el rumor que enamora a las parejas en
la intensidad del amor. La ciudad es el pasado que se empoza en la memoria de
sus personajes, tal como lo recuerda en su vejez la voz del personaje femenino, la
mujer que llega al barrio con su o cio de leer las cartas de la baraja en el cuento
“Aquí donde usted me ve”. Ella cuenta el nacimiento del barrio y apela a un es-
tribillo de la canción Bomba camará, de Richie Ray y Bobby Cruz: “Aquí donde
usted me ve” (camará)/ yo soy el negro/más bravo… (camará)”, y en ese juego
entre la literatura y la Salsa, tal como lo hace magistralmente Burgos Cantor, la
voz narradora nos cuenta cómo nace el barrio:
Aquí donde usted me ve cuando yo vine esto no era barrio ni
era nada un deseo de seguir vivos y esa ilusión de un pedazo
de patio con techo para cantar por la mañana para no dejarnos
enfriar por ahí dejados de la gracia y con hambre era inventar de
nada con puro deseo y ganas y los pocos que éramos estába-
mos todos. (1980, p.69)
“Aquí donde usted me ve” es el recurso al cual apela la narradora para la evoca-
ción de un pasado lleno de infortunios, penas y dolores que generan la pobreza y
la marginalidad. Entonces, “Lo amador se desarrolla en un medio muy auténtico,
es parecido al seno materno donde empiezan todas las historias…” (Aristizábal,
2009, p.155). Es la memoria que cuenta el apego a las cosas desde el cómo se
logró que el barrio creciera y apareciera el teatro, ese espacio único para la di-
versión de todos los personajes del barrio. Así apareció el teatro Laurina, nombre
tomado de Laurina Emiliani Vélez, esposa de Vicente Martínez Martelo, alcalde
de Cartagena, en cuyo honor se bautizó el teatro de Lo amador. Como señala
Alonso Aristizábal al referirse a la estrecha relación entre espacio y memoria, a
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la convivencia entre pesares y necesidades, entre ilusiones y fracasos; los cuales
son expresiones de la vida marginal en el barrio, “Los personajes de Lo amador
tienen un código que les exige delidad al pasado” (2009, p.166).
Burgos Cantor escribe:
Aquí donde usted me ve cuando yo vine esto no era barrio ni era
nada y el teatro Laurina durante sus dos primeros años seguía
llenándose y cada tercer día cambiaban el programa el que más
duró fue el del primer día porque la gente pedía que lo volvieran
a pasar lo pasaron todo un mes y medio la primera película que
vi en mi vida y siguieron con el pavimento para las calles: eso
fue un discurso porque cuando tuvimos una reina ARACELY 1era
nos tocaba andar a brincos y por tablones en los meses de lluvia
o regar agua en la calle en los meses de verano para que el pol-
vo no nos cambiara el color de las cejas… (1980, p.74)
En el o cio de recordar, el barrio se desdobla entre la ausencia de sus amigos
muertos, como la mamá de Mabel Herrera, quien se suicida de nostalgia un 31
de diciembre por la ausencia de su esposo, un personaje que viaja a Venezuela en
busca de fortuna como cantante; o la muerte violenta de Atenor Jugada, muerte
de la que en el cuento “El otro” no se conoce el cómo o el por qué, pero que en
la novela El patio de los vientos perdidos (1984) se relata que su causa social y
solidaridad con los pobres están vinculadas con actos propios de la vida marginal
como el robo: Atenor “era un man entero… Después el hombre se hundió en el
desespero muy atacado por la vida y se soltó con la vaina de Pájaro Verde de
robar y repartir la moneda entre la gente necesitada y le llegó la hora la mala”
(1984, pp.13-14).
Atenor Jugada lucha con la existencia, aspira una nueva forma de vida, se ilusio-
na con las mujeres de las películas que ve en el teatro Laurina, sueña con paraísos
de felicidad, pero la realidad es dura, “la calle está dura mi compay”. El robo es
una opción a sus desgracias, pero hasta en esto fue perdedor, y con la muerte
terminan los infortunios que lo llevaron a la desesperación. Pero ante tanta ad-
versidad, Atenor es el claro ejemplo de la marginalidad desde esa dimensión de
la exclusión, tal como son los personajes de estos cuentos de Burgos Cantor.
Para este personaje, como para los otros personajes de Lo amador, no hay regis-
tro en las páginas sociales de los periódicos ni en la radio; la muerte es uno de los
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tantos marginales que la ciudad condena al olvido. Esos marginales solo se per-
petúan por las evocaciones lastimeras de la bruja o en los recuerdos tristes que el
esplendor de la memoria saca a ote. Es la voz de la lectora de cartas convertida
en memoria histórica de su propia vida y de los personajes del barrio.
La escritura en Burgos Cantor es la savia del tiempo que actúa como princi-
pio germinativo, es decir, mediador entre todos los personajes que integran este
núcleo de cuentos que referencian el sentido de la marginalidad. Entonces, la
escritura apela a esa mujer que ha quedado olvidada en su vejez, una mujer cons-
ciente de la soledad y de su intento por recuperar el pasado: “Aquí donde usted
me ve cada día más desmemoriada intento recordar y me siento sola ese solo que
cubre los retratos con su amarillo hasta gastarlos…” (1980, p.75). Gracias a la
memoria, el cuento regresa al comienzo y esto es clave para descifrar el sentido
de sus evocaciones, pues ella repite y repite ese pasado de un modo incoherente.
No obstante, en el cuento estas evocaciones aparentemente inconexas son el uir
de la conciencia y, de este modo, encontramos que el escritor apela al monólo-
go interior para dar comienzo al nacimiento de aquellos personajes que luego
aparecen en De gozos y desvelos (1987) y en El patio de los vientos perdidos
(1984); esto desde la coherencia narrativa, desde ese horizonte estético que traza
la con guración de los diversos personajes de Lo amador y de las obras antes
mencionadas. Es desde ese uir de la memoria, que los personajes de Lo amador
se desdoblan entre recuerdos y ausencias y su mundo vive en función de una
ilusión pasajera, bien en el cine o en las letras de un bolero.
De lo anterior se puede inferir que otra forma de marginalidad se entiende a
través de la condición espiritual del personaje cuando no puede dar n a su con-
dición miserable como sucede con Atenor Jugada, personaje que como mecánico
“terminó abruptamente un mediodía con la caja de velocidades de un destartala-
do Chevrolet 23 sobre una pierna” (1980, p.27); o que como actor de cine nunca
pudo alcanzar el éxito porque siempre lo remplazaron otros: “Eso es barro que a
uno puedan reemplazarlo y confundirlo con cualquiera” (1980, p.29). Lo mismo
sucede cuando comprende que ya no sería famoso como cantante, debido a que
“los temas que decía inventar habían sido grabados antes por personas a quienes
visitó primero la inspiración” (1980, p.27). Esto muestra que “Atenor Jugada
nunca hizo cosa distinta a encontrarse con la desgracia” (1980, p.27); por consi-
guiente, Atenor es el personaje típico del barrio, el bacán, o sea: “Persona alegre,
estera, complaciente, responsable y honesta” (Espinosa, 2010, p.37), de nición
que coincide con la del Diccionario de Americanismos, el cual dice que bacán
es una persona agradable, amable, popular (2010, p.189). De ahí que Atenor ter-
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mine como ladrón, pero un ladrón al estilo de Robin Hood; pues su bacanería lo
hace intensamente Caribe, lo hace un personaje solidario en la dimensión de sus
carencias económicas, pero amplio en su abundancia de amor y bondad.
Por consiguiente, la marginalidad en los cuentos de Lo amador se expresa en la
relación entre personajes y espacio urbano a partir de las formas como viven los
personajes en su dimensión social, espacial y cultural. Tal es el caso de la funda-
ción del barrio en un área periférica y habitada por unos personajes que viven al
desgaire y llenos de ilusiones. En este sentido se ubica “Historia de cantantes”,
un cuento cuyos personajes son: el papá que salió loco de contento para Vene-
zuela con la ilusión de ser cantante en un conjunto y desde allá alimenta, a través
de cartas, la ilusión de su hija Mabel Herrera: “… al n empecé como mesero
nocturno no es lo que yo quería pero algo es algo y oigo las orquestas que se
presentan con buenos cantantes” (Burgos Cantor, 1980, p.18); pero esto no es lo
que él quería ya que su condición de desplazado social y, peor aún, su condición
de colombiano en Venezuela empeoran su estadía y sus propósitos en este país;
los cuales determinan su frustración.
Por otra parte está la madre, quien quiere que su hija sea modista y arma un cas-
tillo de cucañas con su taller:
MODISTERÍA
CORTE Y CONFESIÓN
En tanto Mabel Herrera aspira a ser cantante. Para ello escucha la música de los
grandes artistas del momento, de ahí que “cuando entró sacudiéndose los pies
ya estaba sonando el Benny en el radio con Santa Isabel de las Lajas querida
que a ella le gusta mucho y dice que el Benny es asunto aparte que no necesita
acompañamiento para cantar, aunque creo que eso se lo oyó decir a papá” (1980,
pp.13-14), dice el narrador. Aquí la condición marginal está estrechamente ligada
a su manifestación cultural con la música afroantillana y con ella, la presencia
del cantante Bartolomé Maximiliano Moré, conocido artísticamente como Ben-
ny Moré (1919-1963), nacido en Santa Isabel de las Lajas, antigua provincia
de Las Villas y actualmente perteneciente a Cienfuegos. La referencia a Benny
Moré tiene que ver con su ascendencia negra, pues su facultad para la música es
la “in uencia decisiva para su futura carrera como músico, gracias a una cofradía
de negros denominada Casino de los Congos o San Antonio, fundada por ne-
gros congos libertos provenientes de África central y occidental” (Santana, 1999,
p.11). Entonces, la música no solo es expresión de unos momentos alegres, sino
la exaltación de un pasado legendario y hoguera de una conciencia cultural surgi-
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da de la marginalidad; de ahí que la música afroantillana tenga un peso espiritual,
cultural, religioso y, por ende, sagrado en la conciencia y expresión cultural de
los negros. Esa música traída del África ya implica su condición de negro y su
marginalidad. De este modo, Burgos Cantor establece una perfecta homología
narrativa entre cantante y modista, basada en las aspiraciones frustradas de Ma-
bel Herrera en este cuento de Burgos Cantor.
Ahora bien, el tratamiento de la marginalidad remite a las re exiones sobre el
desarrollo de la ciudad y cómo este propicia dos polos irreconciliables de vida
urbana. Burgos Cantor capta muy bien estas contradicciones sociales de su ciudad
natal a partir de las formas de vida que ofrecen sus personajes y las voces de su
conciencia marginal. Ellos viven la ciudad en medio de unas condiciones de vida
excluidas de los roles de vida urbana, pues para ellos la ciudad existe a través
de lo que el barrio y sus calles ofrecen. Bien lo dice Alonso Aristizábal: “En Lo
amador el aspecto más notorio lo constituye la vivencia diaria del barrio con su
historia a través de sus calles, andenes, zaguanes, ventanas, y buses como lugares
de encuentro de la amistad” (2009, p.155). La calle es el escenario de los juegos
intensos de bola’e trapo, en ellas dos piedras hacen de arco y lo que importa es la
gambeta. La calle es el espacio para que los niños con cuatro piedras como bases,
un palo de escoba y una checas (tapas) disputen arduamente el partido de béisbol
e imaginen que son los mejores right eld, center eld, los mejores lanzadores y
su ilusión viaja al mundo de los Yankees de Nueva York o Los Medias Rojas, de
Boston, entre otros. La calle es el lugar posible para el cortejo a las vecinas que
pasean sus humildes pero seductores cuerpos morenos. La calle pone en escena
las disputas de pretil a pretil, como diría David Sánchez Juliao, a las que hasta ese
día eran amigas, la palabra enreda ofensas en medio de las guras retóricas. En
la calle se pasea el rumor de la joven que ya es señora o de la mujer “cachona”.
Otro espacio de diversión es el teatro en donde los personajes apaciguan sus
penas y dolores económicos. Este lugar les propicia encuentros con sus ídolos
para la imitación. En términos de Ítalo Calvino podría decirse de la ciudad y sus
signos que el teatro es el ícono de diversión y allí el ojo de los personajes “no ve
cosas sino guras de cosas que signi can otras cosas: las tenazas indican la casa
del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza
el herborista” (1999, p.24). En Lo amador esos signos son: 1) las calles como el
lugar donde se lucen las desgracias de la pobreza, pues en ellas las mujeres lucen
sus raídos trajes, los niños la desnudez o la ambición de salir adelante a través
de los puños y 2) los hombres y las nostalgias de su miseria en las letras de un
bolero.
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De Calvino retomo la idea de la ciudad y el deseo. Para él, la ciudad aparece
como un todo espiritual en el que ningún deseo se pierde y, en este sentido, la
radio condensa el deseo de Mabel Herrera para sus pretensiones de cantante. La
radio es la posibilidad inmediata para su formación, pues en ella escucha a sus
cantantes preferidos y modelos de imitación: “mientras en el radio el locutor de
la mañana invitaba a Mabel Herrera su mismitica hija al programa de los a cio-
nados de la tarde” (1980, p.13).
Otra voz de la marginalidad se encuentra en el cuento “En esta angosta esquina
de la tierra” el cual empieza con el estribillo de la canción de Nelson Pinedo “Me
voy pa’La Habana”, que dice así: “Yo no soy de por aquí yo soy muy barranqui-
llero / Yo no soy de por aquí yo soy un barranquillero / Nadie se meta conmigo
que yo con nadie me meto / Nadie se meta conmigo que yo con nadie me meto”.
La composición original es de José María Peñaranda que dice así:
Yo no soy de por aquí
yo soy de Barquisimeto
nadie se meta conmigo
que yo con nadie me meto.
Yo me voy pa’Cataca y no vuelvo más
el amor de Carmela me va a matar
(José Portaccio, 2004, p.173)
“Yo no soy de por aquí” es la voz de esa conciencia y memoria atormentada de
ese personaje que en la ciudad maneja un destartalado bus desde el barrio Lo
Amador hasta el centro, es la memoria conculcada por la violencia, los muertos
y la vida difícil en la ciudad. Entonces tenemos al personaje salido del campo,
asimilado a la vida urbana desde el ambiente de la marginalidad, pues él apela a
la evocación para contarnos cómo llegó al barrio: “Apenas yo soy un man que se
vino de un pueblo un pueblo que lo que más tiene es silencio y muertos y que se
vino porque tiene miedo” (1980, p.93). La violencia y el desplazamiento fueron
las estrategias del gobierno para el desplazamiento sistemático de los campesinos
para el poblamiento acelerado y caótico de la ciudad colombiana. En este senti-
do, el personaje proporciona otra visión de la marginalidad, es el agente portador
de una voz: la del desplazado que recuerda con nostalgia ese pasado en el campo,
ese pasado de balas, muertos y miedos. Tal como lo plantea acertadamente Julio
Olaciregui, con respecto a esas voces que se pierden en la soledad: “En medio
de esas confesiones, de esos cuentos vocingleros, de esos textos para leer en voz
alta, de esa alegría de narrar, se escucha también un silencio, un desconcierto,
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un dolor, la muda violencia del vivir, amar y matar o morir.” (2009, p.180). Ese
desplazamiento produce un encuentro de capas sociales, una subversión en la
tranquilidad de los raizales y en los valores que se invierten ante la atónita apa-
rición de grandes masas de campesinos sacudidas por la violencia partidista y la
asunción de vocablos nuevos, de sentimientos e ideologías nuevas; desde esta
perspectiva se entiende el sentido del nal del cuento. En una pared aparecen
los letreros con un alto sentido político y en donde se cruzan las consignas de iz-
quierda como “Camilo vamos bien”, con lo popular como “Aracely es la reina”.
Otra voz de la marginalidad es el humor caribeño, o mejor, el mamagallismo,
del cual García Márquez es el padre. Sobre el humor dice Macedonio Fernández
(1988, p.122) que es esa exhibición de facultad de ingenio y su juego inofensivo
con el lector. Esa facultad de ingenio se evidencia en el cuento “Los misterios
gozosos”. Se llama Onissa, dice el narrador, y cuenta la llegada de la muchacha
de un pueblo remoto del Caribe y el encierro en una pieza en donde atiende a los
clientes. Tal parece que el encierro, como todos los personajes de Lo amador, es
el autocastigo que ella se impone a la desgracia de ser en el barrio: bruja, puta o
santa, tal como la recuerdan. El título del cuento juega con el sentido de santa, de
mujer piadosa, rezandera, tal como lo insinúa el título de los misterios gozosos,
pero el goce del misterio está en su o cio de puta, pues cuando abren la pieza, al
costado de la peluquería, encuentran: “estampas de arcángeles, santos, artistas de
cine y cantantes, pegados con almidón, cubrían las paredes hasta el techo” (1980,
p.79). El humor es juego con el lector, quien descifra la vida amarga de Onissa
desde su encierro y desde la alusión a la música a través de esa letra del tango
“Melodía de arrabal” que dice: “Barrio plateado por la Luna, rumores de milonga
es toda mi fortuna”. Aquí está el ingenio humorístico del escritor, pues apela al
rumor, o como lo expresa Julio Olaciregui:
Quiso ante todo aprovechar la oralidad, la subversión del lengua-
je popular, el humor, el erotismo de la gente de la calle, común y
corriente como se dice, del pueblo, regresar a la ciudad de su in-
fancia, al puerto, a los muelles, al mercado, a sus islas, meterse
en los barrios donde viven las modistas, contar historias de mu-
chachas que sueñan con ser cantantes, hablar de mecánicos, de
ladrones, de sirvientas, de boxeadores, de putas. (2009, p.180)
La subversión del humor está en lo narrado por el periodista que cuenta a su
antojo quién es Onissa, cómo llega al barrio y con quién la ven de noche. Es el
poder de la palabra para la deformación de los recuerdos, es el juego con la pa-
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labra para la exageración de los hechos o para la consagración de la muchacha
en su encierro y entrega a la oración. Todo lo anterior obedece a los códigos del
honor, con el cual se invita a la re exión, tal como se de ne el humor desde su
condición losó ca.
La pulcritud es esa forma como el escritor teje de manera insospechada una red
narrativa o un sendero de acontecimientos que, paso a paso, conduce la lectura a
la cima máxima de su quehacer literario y esto es lo que sucede con los cuentos
de Lo Amador. En ellos se encuentra al escritor pulcro en la manera como teje
las historias marginales de sus personajes. Ya se ha señalado que los cuentos se
prestan personajes, por ejemplo, Atenor Jugada pasa de “El otro” al cuento “Aquí
donde usted me ve”, y este mismo personaje aparece luego en la novela El patio
de los vientos perdidos. Este breve retroceso amerita el sentido del cuento “Estas
frases de amor que se repiten tanto”, en tanto dichos personajes y sus voces de la
marginalidad fraguan la estructura y el quehacer de los personajes. En este cuen-
to hay un desarrollo paralelo de dos historias. La primera es el encierro en una
alcoba del periodista con su amante, una joven universitaria, que participa en la
muerte de José Raquel. Ella le cuenta los padecimientos de ella como carcelera
de José Raquel y qué hacía él en el encierro: “Lo sentíamos en el piso de baldosas
contra los pies descalzos cuando nos levantábamos en la oscuridad para buscar
el baño del patio” (1980, p.53). Esos amaneceres húmedos, el abandono de los
estudios por un ideal revolucionario, la fe ciega en la revolución, el sacri cio de
la soledad e incomprensión, el temor y la temeridad para cometer un atentado o el
desengaño de la misma por los actos violentos, son re exiones que ella guarda en
su memoria y que hacen necesaria una confesión. De ahí que al nal del cuento
considera que la catarsis ya ha aliviado su conciencia y eso le da aliento para la
confesión más comprometedora de un secreto, pues le dice a su compañero que:
“Hay algo que no te dije, por pudor tal vez, y es que yo no entiendo una militan-
cia que no sirve para que la gente se encuentre y mejor que no nos dijimos lo de
la violencia” (Burgos Cantor, 1980, pp.63-64).
En estas, las voces de la marginalidad abortan otra expresión en los personajes de
Lo amador y son los brotes de rebeldía a partir de las ideas revolucionarias. Co-
rren los años sesenta y Colombia sufre el desengaño del mesianismo politiquero
de Rojas Pinilla. Aparentemente pierde las elecciones presidenciales ante Misael
Pastrana Borrero, su rival electoral, quien gobernó entre 1970 a 1974; el pueblo
se levanta en protestas en toda la mayoría de las ciudades capitales. “Nos robaron
las elecciones”, fue el rumor del populacho. Por eso en los años setenta, en el ám-
bito universitario, a oran las teorías marxistas y en escena aparecen las e gies
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y pensamientos de Lenin, Mao y Trotsky. Es la época de las grandes marchas de
protesta para la denuncia de la presencia “gringa” en Colombia, la intromisión
del gobierno de Estados Unidos a través de la Alianza para el Progreso, las Briga-
das de Paz, el Plan Cáritas, entre otras estrategias, para el control de los destinos
económicos, sociales y culturales del Estado colombiano.
En este sentido, los fundadores del M-19 consideran que el robo de las eleccio-
nes debe reponerse con la lucha guerrillera. El comandante, de origen samario,
Jaime Bateman Cayón, máximo líder del M-19, junto a Iván Marino Ospina y
el “Turco” Álvaro Fayad, entre otros, se deciden por la lucha armada y se van
“para el monte”; esa era la frase para quien había decidido irse a la guerrilla. Eran
hombres de ideales y convencidos de que la revolución se haría con las armas
y muy pronto, pues la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Al respecto,
Burgos Cantor señala que “En medio de la as xia de estos días, una tarde, me
esperaba en la casa Álvaro Fayad. Todavía no le habían puesto su nombre polí-
tico, el Turco” (2001, p.101). Otra acción revolucionaria del M-19 ocurre el 16
de febrero de 1976 –esta guarda una estrecha relación con el cuento de Burgos
Cantor–: es el secuestro del líder sindical de la Confederación de Trabajadores
de Colombia (CTC): José Raquel Mercado. Pero, ¿quién era José Raquel Merca-
do? Era un mulato salido de las entrañas del pueblo, o sea de un barrio marginal
de Cartagena, que en la lucha diaria por la vida y de su familia, trabajó como
bracero en el Terminal Marítimo. “José Raquel era negro. Tenía la frente ancha
y las manos cortas. Es bracero del muelle de la machina” (Burgos Cantor, 1980,
p.54). Con una formación académica de cursos elementales, era un asiduo lector.
El ejemplo clásico del autodidacta que va puliéndose a la medida que lee, que
mejora su escritura, robustece sus conocimientos y desarrolla una oratoria uida.
Como miembro del sindicato del puerto logró llegar a la mesa directiva y algún
tiempo después, a la presidencia de la organización sindical. El narrador nos dice
que: “José Raquel es negro. Tiene los labios gruesos y los pómulos salientes. Es
amigo de todos y los invita a su casa a jugar dominó y oír las canciones” (Burgos
Cantor, 1980, p.56). Más adelante nos describe su aspecto físico para acentuar su
condición racial: “José Raquel es negro. Tiene el cabello ensortijado y las orejas
pequeñas. Él reunió a los cargadores y operadores de elevadores y grúas delante
de la o cina del capataz y dijo las peticiones que habíamos acordado” (1980,
pp.57-58).
El M-19 sometió a un juicio público la muerte del líder sindical. La gente de-
bía escribir en las paredes un SÍ o un NO y ganó el SÍ, por eso el 19 de abril de
1976 lo asesinaron. Eso nos dice la historia desde la perspectiva de la izquierda
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colombiana. En Lo amador aparece el juego con la palabra y en ella la imagen
del cautiverio:
José Raquel era negro. Tiene los ojos cerrados y no sueña. Estu-
vo en cautiverio durante varios días pero no en la cárcel de San
Diego. Lo encerraron en una cárcel sin dirección desde la cual
mandaba cartas a sus familiares y hacía análisis sobre la trai-
ción. Fue sometido a un proceso popular en el cual los mueleros
de la machina votaron porque lo ajusticiaran. (1980, p.64)
“Estas frases de amor que se repiten tanto” es el cuento en donde las palabras
que le dan el título dejan al trasluz de la lectura la intención política en el cuento.
Esas palabras que se repiten tanto es la convicción de la lucha revolucionaria.
Son las voces que engendra el miedo en esos jóvenes idealistas. Este cuento de
Roberto Burgos es la metáfora de un hecho histórico en Colombia como es la
violencia partidista y, precisamente, estos personajes son hijos de la violencia.
Ellos fraguan una forma de vida digna a través de su participación en el destino
del país, pero en el cuento, magistralmente, se cierra la perspectiva violenta y
como en el cuento “Los asesinos”, de Ernest Hemingway, los personajes quedan
sumidos en el encierro y en los recuerdos que les atormentan su conciencia revo-
lucionaria. “Esas frases que se repiten tanto” son el sometimiento de la memoria
al exorcismo y a la jeza que otorga la literatura, pues está junto a esa ilusión de
un cambio, pues “América Latina se volvió la enorme fosa común de los sueños,
ilusiones, deseos, y sangre de una mayoría incalculable” (Burgos Cantor, 2011,
p.72), pues tanto el escritor como sus personajes se someten a las evocaciones
de una saga sentenciosa, en la cual las voces de la marginalidad nos brindan solo
amor por la literatura frente al mundo desarrollado a espaldas del subdesarrollo,
como diría Álvaro Tirado Mejía (2014); voces del dolor, voces que brindan una
oportunidad de conocer cómo nacen esos personajes en las escuelas del dolor y
donde en vez de un sol aparecen las necesidades cotidianas y el pan amargo se
cocina diariamente en el fracaso y la ilusión.
En conclusión, la obra narrativa de Roberto Burgos Cantor gira en torno a la
ciudad y más precisamente a su Cartagena natal. Es bien sabido que la ciudad
está contada desde diversas expresiones sociales, culturales e históricas. Burgos
Cantor la ccionaliza en el aspecto histórico a partir de un momento especial
como es la Colonia y en ella el trá co negrero; asimismo, el escritor cartagenero
recrea desde otra dimensión estética la ciudad y en ella la vida marginal. Sus
personajes viven al vaivén de lo que ofrece la ciudad amurallada y al desdén que
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ofrece el espacio exclusivo de los blancos. Allá en los extramuros sociales, sus
personajes mulatos y negros se recogen en las nostalgias y en las estrecheces
de los o cios y con ellos las ambiciones. La niña que sueña con ser cantante, la
joven que hace rifas para su reinado, el hombre que viaja a Venezuela con la ilu-
sión de sacar a ote su familia o el mundo de cucañas que teje con sus puños un
boxeador, componen el des le de esos personajes marginales que la música y la
cultura popular enmarcan en la ciudad, en el trance de lo antiguo a lo moderno,
y de ahí las condiciones sociales tan estrechas de estos personajes que integran
los cuentos del libro Lo amador. Todas estas expresiones son tratadas desde la
estética narrativa y allí se genera el encuentro con ese aspecto social llamado
marginalidad en la ciudad.
En conclusión, lo más importante de este trabajo es que los cuentos de este vo-
lumen abren las puertas en la obra de Burgos Cantor a un rastreo del pasado de
la ciudad con el n de allí encontrar el duro y pesaroso pasado del negro, de ese
hombre conculcado por la visión europeísta del blanco, la cual estuvo sesgada
por las pasiones étnicas y por las fuertes concepciones religiosas del catolicismo.
En este sentido, Lo amador vislumbra la formación y con guración de unos per-
sonajes traídos del África y puestos en estas tierras de América en condiciones de
miseria, desplazamiento y opresión moral y física.
En América Latina y El Caribe, el origen más remoto de la exclu-
sión y la segregación por motivos étnicos y raciales se encuen-
tra en la instauración del régimen de conquista y colonización
europeo desde el siglo XV. El sometimiento de las poblaciones
indígenas y afrolatinas tuvo como objetivo central la incorpora-
ción masiva de mano de obra para las faenas agrícolas y mine-
ras que alimentaban a la metrópolis. Los mecanismos utilizados
para obtener este contingente productivo se sustentaban en un
principio en el denominado “servicio personal” o “encomienda”
y en la esclavitud o trabajo forzado. (Bello y Rangel, 2000, p.10)
Por lo tanto, Burgos Cantor asimila esa transformación acelerada de la ciudad,
de esa Cartagena que él vivió en su juventud, que fue testigo de los aconteci-
mientos que sacudieron al país como la violencia partidista, el desplazamiento
del campo a la ciudad por unos habitantes desposeídos violentamente de sus
pequeñas ncas y arrojados a la ciudad para emprender unas nuevas formas de
vida. Esa ciudad vista desde la periferia es la antesala a esa ciudad colonial, a esa
ciudad del negro sometido al fuego abrasador de la estupidez del blanco, al odio,
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a otras expresiones religiosas, distantes del catolicismo. Asimismo, nos prepara
para vivir los ambientes y la atmósfera narrativa, desde la condición del negro,
que dominará la magistral novela La ceiba de la memoria (2007).
Lo amador es el tratamiento estético a una condición social de la vida urbana
como es la marginalidad, con el n de establecer unas imágenes de lo que es el
ser caribeño desde la música, el amor, y el trabajo. Todo teñido de la fatalidad
de ser marginal, pero elevado a la dignidad por el humor o el estoicismo. Los
cuentos de este volumen son la contemplación de la ciudad desde afuera, desde
la periferia, no importa el dolor o el sufrimiento, pues importa más la vida del
barrio, la socialización de las alegrías y las tristezas.
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Cómo citar este artículo: Motato, H. (2017). Voces de la marginalidad en Lo ama-
dor, de Roberto Burgos Cantor. Cuadernos de Literatura, (25), 51-71. DOI: http://
dx.doi.org/10.15648/cl.25.2017.4