Luis Carlos López y
Baldomero Fernández Moreno:
Luis Carlos López and
Baldomero Fernandez Moreno:
un callejeo de
encuentros y
desencuentros
a wandering of
coincidences and
disagreements
Alfonso Rubio*
Universidad del Valle, Colombia
DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.25.2017.2
Recibido: Abril 6 de 2016 * Aprobado: Abril 12 de 2016
CUADERNOS DE LITERATURA DEL CARIBE E HISPANOAMÉRICA • ISSN 1794-8290 • NO. 25 • ENERO-JUNIO 2017 • 15 - 29
* Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, España. Doctor por la misma Universidad
en el Programa Sistemas de Información y Documentación del Departamento de Ciencias. Profesor del Depar-
tamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad del Valle, Cali, Colombia.
alfonso.rubio@correounivalle.edu.co
16
Resumen
Con evidentes puntos de contacto se-
ñalados por la crítica entre el poeta ar-
gentino Baldomero Fernández Moreno y
el poeta colombiano Luis Carlos López,
hacemos un ejercicio comparativo entre
ellos, deteniéndonos en algunos rasgos
de su estilo y en el sistema de obser-
vación callejera que les permitía realizar
su ejercicio poético.
Palabras clave
Luis Carlos López, poesía colombiana,
Baldomero Fernández Moreno, sencillis-
mo.
Abstract
There are evident points of contact, not-
ed by the critics, between Argentinian
poet Baldomero Fernandez Moreno and
colombian poet Luis Carlos Lopez; then
we do a comparison exercise between
them, paying special attention to some
features of their style and to the street-
observation system which let them make
their poetic exercise.
Key words
Luis Carlos Lopez, colombian poetry,
Baldomero Fernandez Moreno, simplic-
ity.
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LUIS CARLOS LÓPEZ Y BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO: UN CALLEJEO DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
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Del natural
Vamos por una calle toledana.
De pronto un organillo
viola el recogimiento. Una ventana
se abre de par en par en el altillo
de un caserón: un viejo
surge como con una apoplejía
de remolacha, hirsuto el entrecejo,
y echa un turbio raudal de porquería…
Y en la calleja gris, encrucijada
que duerme hundida como en una mota
de algodón, vibra enorme carcajada
detrás del eco de una palabrota…
Luis Carlos López
Introducción
El estudio de la vida y la obra del poeta español Pedro Herreros (1890-1937),
nacido en la localidad de Arnedo, provincia entonces de Logroño, y emigrado en
1908 a la ciudad de Buenos Aires, nos llevó inevitablemente a estudiar la gura
de su amigo íntimo, el argentino Baldomero Fernández Moreno (1886-1950),
quien dio origen a una escuela poética que acabó denominándose “sencillismo”
y de la cual Herreros se vio in uenciado. En la ya clásica Antología de la poesía
española e hispanoamericana, que Federico de Onís publica en 1950, Fernández
Moreno aparece clasi cado, junto al poeta colombiano Luis Carlos López (1879-
1950), en la sección del posmodernismo que reacciona “hacia la ironía sentimen-
tal”. Se señala en esta Antología que la actitud poética de López, “así como la de
los demás poetas de esta sección, es la más propia y típicamente post-modernista,
porque es el modernismo visto del revés […] que se burla de sí mismo, que se
perfecciona al deshacerse en ironía” (Onís, 1961, p.851).
El comentario de Federico de Onís dio lugar a que la crítica posterior siguiese
reuniendo a ambos poetas bajo esa misma etiqueta de “ironía sentimental”, pero
ciertamente, aunque no compartamos todas sus apreciaciones al respecto, como
dice Marcelo Covián (1969, p.43), ese es un “paralelismo dudoso”. Los dos au-
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tores son irónicos, pero frente a la a rmación de Covián que excluye totalmente
a Fernández Moreno de la categoría de “ironía y sentimiento”, acercándonos al
juicio de César Moreno Fernández (1956, p.135), es “más preciso hablar de sen-
timentalidad irónica, ya que la ironía es en él algo que sobrevive al sentimiento
para templarlo, para cali carlo”. En el poeta argentino sí podemos hablar de una
“sentimentalidad irónica”, del recurso de la ironía, diríamos, utilizado de manera
sutil y re nada. López, en cambio, no es nada sentimental y sí un irónico que se
mani esta como tal ante la vida y en su obra. La ironía es una marca de su actitud
personal.
Bajo esta clara distinción, interesados, en esta ocasión, por la obra de Luis Carlos
López, comparamos aquí algunos de sus rasgos de estilo y tonalidad con los del
poeta argentino y tratamos de algo que mani estamente sí tuvieron en común,
uno en la gran ciudad de Buenos Aires, y otro en la provinciana ciudad colom-
biana de Cartagena: el método de observación callejera para alimentar su poesía.
Luis Carlos López y Baldomero Fernández Moreno.
Un método de observación callejera
La tendencia poética individual de Baldomero Fernández Moreno de nió, litera-
riamente, una escuela que se denominó de muy diversas maneras, acabó adoptan-
do el nombre de “sencillismo” y se situó frente al modernismo de la época con
una pléyade de discípulos y continuadores, entre los que destacaron, desde 1915
a 1950, Alfredo Bufano, Miguel Andrés Camino y Pedro Herreros
1
.
Desprovista de imágenes decorativas o de símbolos herméticos, la poética de Ló-
pez aparenta sencillez a primera vista. Esta impresión se debe en gran medida al
carácter prosaico del lenguaje que emplea la antipoesía que caracteriza también
“la poesía conversacional” del nicaragüense Ernesto Cardenal (Alstrum, 1986,
p.10). Sin ser estrictamente un “sencillista”, López sí participa de algunas carac-
terísticas de estilo propias del “sencillismo” que en 1939 el crítico literario José
Gabriel fue relacionando en los poetas argentinos como la espontaneidad, a la
vez que se desarrolla una sutileza espiritual que induce al juicio sintético, breve y
1 “Sin proponérselo, y por la sola virtud de su personalidad, Fernández Moreno fue durante unos diez años cabeza
de esta escuela que, entre tantos nombres como se le dieron (siendo los de realismo y verismo exactos, pero mul-
tívocos; el de clasicismo dinámico un tanto abstruso; el de anecdotismo limitado, y el de espontaneísmo exacto
pero poco difundido), tal vez merezca mejor que ninguno el de “sencillismo”. Con ella, la poesía argentina vira
hacia la izquierda literaria”. (Fernández, 1956, pp.152-153)
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jugoso; el prosaísmo: la expresión desarrollada con naturalidad; y la concisión: la
búsqueda de motivos en los instantes cotidianos (Fernández, 1956, pp.162-163).
Formado por la disciplina que se impuso y la continuidad que adquirió, el “sen-
cillismo” dio un curioso aire de clasicismo a las formas, y de modernidad a la
inquietud espiritual que transmitía su contenido. Es frecuentemente citado el co-
mentario que Jorge Luis Borges (1956 [1940], pp.5-6) hace de Las iniciales del
misal (1915), el primer título público de Baldomero Fernández Moreno. Además
de señalar la envoltura modernista de sus poemas, se detiene en el aporte autén-
tico del libro:
Había otra cosa en las páginas, otra cosa más verdadera que
un manifiesto y más memorable que un ismo: esa otra cosa era
la voz de Fernández Moreno. Éste, después de saludar a Rubén
Darío en su dialecto de astros y rosas, había ejecutado un acto
que siempre es asombroso y que en 1915 era insólito. Un acto
que con todo rigor etimológico podemos calificar de revoluciona-
rio. Lo diré sin más dilaciones: Fernández Moreno había mirado
a su alrededor.
Fernández Moreno, como Luis Carlos López, miran a su alrededor y se sitúan,
al mismo tiempo, en el centro del poema. La novedad que aportaba el poeta ar-
gentino consistía, esencialmente, nos dice su hijo César Fernández (1956, p.152),
en “desarrollar su vocación literaria en el campo de la vida concreta”. Siguiendo
la corriente de la literatura contemporánea, despreocupada de las experiencias
intocables del espíritu, “se atiene al contorno inmediato de la vida”. De ese mirar
alrededor surgen, durante el periodo sencillista que va desde Las iniciales del
misal (1915) hasta Aldea española (1925), una renovación total de los temas
que se opone a la mirada lejana de los modernistas, y descubre la vida cotidiana
argentina, como López descubrió la de su ciudad colombiana de Cartagena, con
rasgos de un realismo acerado, irónico, envuelto en procedimientos impresionis-
tas y expresionistas; de brevedad en los poemas que se escriben en un lenguaje
común y con suelto descuido formal.
La simpleza, solo aparente, de los resultados poéticos, llevó a denominar “sen-
cillismo”, según Jorge Monteleone (1995, pp.1760-1761), a unas composicio-
nes que poetizan lo circunstancial, elevan líricamente la minucia y amonestan
la poesía con ramalazos de prosa: “El poema condensa lo mirado y lo sentido,
evoca y aspira a representar la traza de la intimidad en el objeto”. Imágenes que
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describen lo habitual, lo que se percibe a diario, se van construyendo superpo-
niendo detalles recordados y presentados sintéticamente en un objeto nítido. En
este sentido, Luis Carlos López participa de los tres rasgos característicos de la
poética de Baldomero Fernández Moreno señalados por el crítico argentino: la
constitución de un imaginario urbano, el objetivismo intimista en el verso de la
imagen y el pacto autobiográ co en la representación poética, que se deja sentir
marcadamente con el empleo de la primera persona del singular.
Fernández Moreno y López introducen el sentimiento de la ciudad con sencillez
lírica, no con un tono de exaltación o épico-patriótico, ni con el sentimentalismo
algo enfermizo de Carriego. Son, por ello, unos de los primeros poetas moder-
nos. Tratan de hacer presente lo ya visto, con procedimientos muy de nidos:
simetría y precisión, exposición sintética, preferencia por las frases nominales y
las estructuras paratácticas; con una poética que preparaba el camino a la imagen
vanguardista, y es en esa percepción de lo nuevo donde se constata una relación
de subjetivad entre autor y lector, que lleva a este último a reconocer en el sujeto
imaginario una proyección del autor. El nombre propio, al marcar análogamente
el texto poético con matices autobiográ cos, establece un compromiso de res-
ponsabilidad con una persona real, a través de un tipo de contrato social que solo
se da en el plano literario o textual.
Como otros “sencillistas”, Fernández Moreno induce a una identi cación entre
sujeto imaginario y autor, es decir, con el modelo extraliterario:
El poema es vivido como el enunciado de un sujeto real y el
espacio lírico como el campo de experiencia de ese sujeto. En
esto consiste su “poesía vital”, la estilización artística de la vida
ordinaria. La eficacia de Fernández Moreno creó esa falacia de
la poesía como reflejo inmediato de la vida: de algún modo, allí
radica su perfección. (Monteleone, 1995, p.1761)
Solo en este sentido, en la cción literaria como constructora de una determinada
imagen personal, es posible situar adecuadamente la crítica que Marcelo Covián
(1969, p.45) hace a Luis Carlos López cuando dice que “el que crea conocer Car-
tagena de Indias leyendo a López, cae en una falacia”; cuando dice que de López
solo conocemos su visión particular, “amarga y cruda”, de una ciudad concreta.
Pero es erróneo su juicio siguiente, que la visión de López, “constreñida a un
desnudo sarcasmo nihilista”, no le ha permitido re ejar “el mundo que él quería
re ejar”. Toda la obra poética del tuerto es una el caricatura de lo que él veía
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y a su manera quería transmitir, una caricatura de los valores trasnochados que
impregnaban la sociedad del momento, pero no es el “nihilismo” un sustantivo
apropiado a la visión del poeta; es, más bien, el escepticismo, esa “alma sin fe
de la acuarela” (Trazo), o ese preguntarse en un año nuevo, donde “todo es lo
mismo”, “¿qué hacer para ir tras el imán del optimismo?” (El año nuevo)
2
.
El escepticismo como descon anza o duda en la e cacia de un país por el pro-
greso, el escepticismo como crítica en un ambiente provinciano y vulgar que no
comprende la actitud de quien lo juzga. Esta es la primera cita que encabeza en
1910 la edición de Varios a varios, publicado conjuntamente con Abraham Ló-
pez Penha y Manuel Cervera: “El respeto al individuo, nacido de la comprensión
del individuo, falta en semejantes sociedades (sociedades de provincia)…” (Mi
religión, por M. de Unamuno). Al lado de la cita de Unamuno, los autores hacen
la siguiente noti cación pública para poner de mani esto sus diferencias de ac-
titud frente al “inconsciente populacho”, frente al “poblacho que duerme”: “El
odio provinciano a todo lo que por algo descuelle sobre lo corriente y lo vulgar,
es una actitud de defensa, una de las formas en que comúnmente se traduce el
instinto de conservación en las bestias-brutas que componen toda mayoría com-
pacta” (López, 1977, p.151).
El transcurrir cotidiano, las acciones humanas dentro de la gran ciudad en que se
estaba convirtiendo Buenos Aires que, junto a las cosas, tienen lugar a su alrede-
dor, dictan el verso de Fernández Moreno que se hace pensamiento en su jeza.
Es un discurrir del poema envuelto en sensaciones personales que van hacién-
donos pensar en muy diversas situaciones de muy diversas tonalidades, aunque
prime la nostálgica al modo machadiano. Sin embargo, el pensamiento de Luis
Carlos López camina en una sola dirección, la que le ha impuesto su mirada des-
miti cadora que examina la moral, la religión y las costumbres de su alrededor
con desencanto y agudeza. “Un satírico a lo Swift, un acre pesimista” lo llamó
Eduardo Castillo (1961, p.1119), que miraba el mundo como un “espectáculo que
se da a sí mismo una divinidad tocada de idiotez”. Después de degustar las “co-
li ores”, “camarones”, “mondongos” y demás platos que aparecen en la obra del
tuerto, “acre” es un adjetivo acertadísimo para de nir su poesía: áspera y picante
al gusto y al olfato, como el sabor y el olor del ajo.
2 La edición que seguimos para citar al poeta, que incluye los libros De mi villorrio (1908), Posturas difíciles
(1909), Varios a varios (1910), Por el atajo (1920) y “Poemas no incluidos en libros”, es la de LÓPEZ, Luis
Carlos. Obra poética [Edición crítica de Guillermo Alberto Arévalo]. Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1977.
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La imagen del âneur baudelaireano construida por Walter Benjamin (1990) y
trasladada a la poesía de Baldomero Fernández Moreno, comparada con el ima-
ginario urbano-provinciano, o urbano-rural que representa la imagen del sujeto
poético que va con gurando López a través de sus señales autobiográ cas, reve-
lan algunas muestras de aptitud personal en ambos poetas.
En expresión de Jorge Monteleone (2006, pp.266-267), el “poeta caminante”
Fernández Moreno evoca lo mirado para formar el poema en la íntima quietud
de la casa familiar:
Me gusta salir solo, mujer, por egoísmo,
mirando a todas partes y metido en mí mismo.
Toda mi “arte poética” se reduce a salir:
cuando regreso a casa tengo algo que escribir.
Cazador sin ballesta ni cuchillo de monte
fatigo la llanura y bato el horizonte.
Último piso, VII
3
Baldomero Fernández Moreno y Luis Carlos López construyen un arte poética
a través de un determinado sistema de captura visual o mecanismo fotográ co,
que comienza en la calle y continúa después en casa hasta obtener un revelado
del poema que ha pasado por el ltro del recuerdo: “Unos versos se tartamudean
en una callejuela, se apuntan en un café del camino y se ponen en limpio sobre
una mesa de roble” (Fernández Moreno, 1968, p.78). El poeta argentino sabe que
su sistema le es productivo y obtiene satisfactorios resultados, bien jando en el
papel los primeros esbozos o bien con ándoselos a la memoria:
Si alguno me siguiera por las calles un poco
diría y con razón: este hombre está loco.
[…]
No va en busca de charla, ni a caza de placeres;
ni topa con amigos, ni sigue a las mujeres.
Es así como este hombre muchas noches se pasa,
y dando un gran rodeo se dirige a su casa.
Noches
3 Las citas a los poemas de Baldomero Fernández Moreno están tomadas de su antología personal que, según el
propio Baldomero, transparenta y pre gura su Obra Ordenada: Antología, 1915-1940. Buenos Aires, Espasa-
Calpe Argentina, 1941.
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Mas como estoy, amigos, al azar caminando,
mirando a todas partes, nada más que mirando,
y no hallo en mis bolsillos ni lápiz ni papel,
(la pipa, unos centavos, un tabaco de miel)
para jar siquiera el momento que pasa
y aún me falta bastante para llegar a casa,
en vez del gran poema que me diera la gloria,
confío unas palabras vagas a la memoria.
Caminando
El vagabundear de Luis Carlos López (“mi corazón –ese mendigo vagabundo–”;
“puesto que voy sin rumbo,/ cual un desorientado peregrino/ que va de tumbo en
tumbo/ buscando en el camino…”), o su caminar solitario (“solo y tranquilo cru-
zo la vereda”) no cuentan en cambio, con un campo de observación tan amplio
y anónimo como podía ser el de la gran urbe de Buenos Aires, donde ya, en las
primeras décadas del siglo XX en que vivió Fernández Moreno, se había produ-
cido un proceso de modernización y existía una multitud de gentes proclive al
anonimato. López critica precisamente la falta de modernización en la Cartagena
de su tiempo y conoce todas las calles de su ciudad y sus contextos de “medio
ambiente”, como titula uno de sus poemas, donde se cruza la vida de cada uno de
sus habitantes. Su campo de observación es, en este sentido, completo en tanto
abarca la totalidad de una determinada comunidad. Cuenta además con la vida
campesina que se desarrolla alrededor del núcleo urbano de Cartagena (“Ex-
tramuros, llevando el sedimento/ de los villorrios…”) para confrontar, entre un
adentro y un afuera de la ciudad, tipos de vida y tipos de personaje:
Cada huerta –son huertas campesinas
tiene un pozo ulcerado, de brocal
que semeja un abdomen. Las gallinas
junto a un asno, sujeto del ronzal.
[…]
Relente olor a surco removido
y acre perfume a emo… Me dan ganas
de quedarme en un rústico corral.
Para vivir, durmiendo en el olvido
de las mezquinas luchas cotidianas,
como bajo el in ujo de un cloral…
Paseo matinal
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Fernández Moreno sale a la calle en busca de esa tensión que la modernidad
produce en sus gentes, sale para captar y re-crear haciendo de ello un modo de
vida para el cual decidió abandonar su o cio de la medicina. De igual manera, los
paseos del poeta colombiano (“a la intemperie mi alma”), o la sola pertenencia a
una ciudad semirrural (“y por el solitario/ camino, alguna res/ asoma y huye ante
el vocabulario/ del cochero…”) donde nadie puede ser un personaje anónimo,
son la materia de su poesía que, como “notas de viaje”, luego recrea en la soledad
de su hogar:
Vivo en un caserón
que fue convento,
a cuatro leguas de la población,
porque mi pensamiento
necesita
mucho recogimiento
y la insípida paz
del cenobita.
Desde mi celda
Si la ironía es un recurso empleado por ambos poetas para enfrentar su visión
personal al choque de unas emergentes formas de vida con las tradicionales,
Fernández Moreno la utiliza con sutileza:
Caminaba hacia una plaza
con mi rebaño de versos,
para todos invisible,
para mí copioso y crespo,
cuando pasó por mi lado,
casi afeitándome el cuerpo,
un automóvil cuchillo…
A la sombrita de un sauce
me iré con mis cuatro versos.
Pastor de versos
Mientras que López la utiliza descarada, descarnada y frecuentemente, por lo
general concluyendo sus poemas y sin el tono nostálgico que imprime el poeta
argentino, antes al contrario, con el deseo de que un determinado rancio pasado
concluya de nitivamente:
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[…]
Fuiste heroica en los años coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.
Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno les tiene a sus zapatos viejos…
A mi ciudad nativa
El rechazo a la burguesía que Fernández Moreno muestra en su poema titula-
do Burgueses, y el rechazo que muestra López en Canción burguesa (“Procura,
mientras muere la mies en la cizaña,/ exible cual felino que avizora el ratón,/
medir el salto…Y luego…¡que gire la cucaña/ de la vida! –No hay fuerza contra
la tradición…”) no son el mismo desprecio radical que siente por ella, como
ejemplo entre poetas contemporáneos, el hispano-argentino Pedro Herreros en
su poema Manifestación: “Abajo la burguesía./ Abajo los asesinos” (1936, p.29),
pues su presunta negación a los burgueses, como dice Monteleone (2006, p.268)
“no es más que la velada a rmación de un orden”. Este rechazo también forma
parte esencial del individuo, como oposición, por cuanto el modelo de poeta que
construyen los textos de Fernández Moreno y de Luis Carlos López, solo son
concebibles en el marco de una burguesía. El poeta argentino se interna en la
multitud, el poeta colombiano es parte de esa pequeña multitud de cartageneros,
pero no son unos marginales y están integrados en el acontecer cotidiano de su
ciudad; López vive de su negocio de comerciante y así lo recuerdan actualmente
Cartagena, como un perfecto burgués
4
.
Si pensamos en la observación caminante del cruce de innumerables relaciones
en los paseos por la enorme ciudad de Buenos Aires y por la provinciana ciudad
de Cartagena, como un sistema de trabajo, se pone de mani esto que el “pa-
seante” de pequeño pero completo recorrido de López y el âneur de Fernández
Moreno, como el de Baudelaire, no son en el grado en que pudiéramos pensar,
como dijimos, un autorretrato real de los poetas:
4 Producto de ese carácter burgués parece ser el frecuente empleo de “términos siológicos”, como los llamó
George D. Shade (1954, p.119), para describir estados anímicos: neurosis, emático, atonía, bulimia, anémico,
ataraxia, dipsómano, cistitis, epilepsia, hipocondríaco, apoplético, etc. Sustantivos y adjetivos que fonéticamen-
te destacan, como muchos otros términos “no siológicos” que el poeta empleó, en el conjunto del poema, y
en nada desentonan con el temperamento y la agudeza de su juicio: somnífera canción, esqueletosa fatalidad,
gelatinoso el mar, hierático gesto, sed caliginosa, andrógino mentecato, etc.
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El placer de mirar celebra en el “flâneur” su triunfo. Puede con-
centrarse en la observación, de lo cual resulta el detective aficio-
nado; puede estancarse en fisgonería, y entonces el “flâneur” se
convierte en un simplón. Las instructivas representaciones de la
gran ciudad no proceden ni de uno ni de otro. Proceden de aque-
llos que, por así decirlo, ausentes en su espíritu, perdidos en sus
pensamientos o cuidados, han atravesado la ciudad. A éstos les
conviene la imagen de la “fantasque escrime”. (Benjamin, 1990,
p.87)
Al terminar su trabajo, solo o en compañía, que muchas veces fue la de su amigo
Pedro Herreros, Fernández Moreno gustaba de vagabundear por las calles de
Buenos Aires. Las referencias directas a sus paseos también son constantes en la
poesía de López: “por el rústico parque provinciano,/ donde a veces me pierdo/
cogido de la mano/ de un recuerdo” (El despertar de Pan). Chesterton, vuelve
a decirnos W. Benjamin (1990, pp.87-88), habló de Charles Dickens como de
alguien que vagaba por la gran ciudad perdido en sus pensamientos:
Una vez terminado su trabajo, no le quedaba más remedio que
vagabundear, y vagabundeaba por medio Londres. De niño era
soñador […] No le importaba, como a los pedantes, la observa-
ción; no miraba a su alrededor en Charing Cross para informarse
[…] Dickens no tomaba en su mente las huellas de las cosas;
más bien imprimía a las cosas su espíritu.
Aunque Fernández Moreno sí retenía las huellas de la ciudad como una espe-
cie de archivo informativo: “Tengo el cerebro cuadriculado/ como tus calles,
¡oh, Buenos Aires! […] Si me preguntan por qué mis versos/ son tan precisos,
tan regulares,/ yo diré a todos que aprendí a hacerlos/ sobre la geometría de
tus calles.”(Compenetración); lo mismo que Luis Carlos López demuestra en la
cantidad de poemas dedicados a las calles de su ciudad: Apuntes callejeros, Ante
una esquina, Calle de Lozano, Calle del Tablón, Calle del Candilejo, Calle de
las Carretas, Calle de las Flores, Calle del Torno, etc.; no podemos olvidar la
predisposición afectiva con que se miran las cosas o el espíritu personal que a
ellas imprimían, que es el espíritu del pequeño burgués, que bajo una declarada
“compenetración” y “ delidad” con la ciudad, al mismo tiempo toma distancia
de las cosas que ve, sin manifestar disonancias contra el orden preestablecido
que representa el hogar al que sabe debe volver como estancia de privacidad y
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recogimiento: “porque mi pensamiento// necesita/ mucho recogimiento” (Desde
mi celda).
Si Fernández Moreno en el callejeo era consciente de la fragilidad de una exis-
tencia que le movía al acto re-creador (“El mundo, en torbellino, pasa rodando./
Tú mismo no eres más que otra cosa que rueda”: La calle); si en el poeta argenti-
no el juicio va dejándose caer a medida que el poema combina escenarios y per-
sonajes con estados sentimentales, en abundantes poemas, sea el caso de Ciudad
(1917), que mani estan la experiencia del cambio en la sociedad bonaerense y
articulan reacciones y afectos: nostalgia, transformación, recuerdo, lamento, ac-
titudes que el poeta adopta frente a un pasado cuya desaparición es vivida como
irremediable (Setenta balcones y ninguna or, Ciudad, Recova, Ciudad, Árboles
de la Avenida)
5
; la observación de López, en cambio, su estilo personal, directo,
seco, a menudo envuelto en marcas autobiográ cas de un ambiente as xiante,
de un lugarejo “intonso y asnal”, hay que ponerla más en relación con el método
de observación crítico de Luis Tejada, que recurría a los paseos por la ciudad
de Bogotá (una urbe todavía en la segunda década del siglo XX encerrada en sí
misma y envuelta en ambientes coloniales) para construir sus crónicas periodísti-
cas como López construía sus poemas, “con los ojos muy inquisidores y el alma
abierta a pequeñas y grandes emociones”
6
.
Conclusión
Luis Carlos López miró a su alrededor y analizó la vida de una ciudad que, sien-
do la suya, no representaba únicamente los valores morales y sociales de una
determinada localidad. Cartagena fue en su poesía un fuerte lugar simbólico que,
desde su íntimo conocimiento y el crítico juicio de su mirada, representaba el
contexto histórico y social de todo un país.
La poesía de Luis Carlos López es rica en matices temáticos y estilísticos que to-
davía están sin descubrir del todo. Cada vez que nos acercamos a ella, más nítida
5 Sobre la con guración ideológico-cultural que emerge de una particular “estructura de sentimiento” y articula
reacciones y experiencias de cambio, véase Sarlo (1988, pp.31-43).
6 Tejada, Luis. [Crónica titulada La ciudad. En El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 15 de mayo de 1918]. En
Loaiza Cano (2008, p.43). Como en la obra de López, donde aparecen descritos muy variados tipos sociales de
su ciudad, la crónica de Tejada no deja de enumerarlos cuando en esos encuentros casuales que ofrece el paseo
por la ciudad aparece “la mujer elegante, viciosa, infame y deliciosa”, “aquel hombre gordo y satisfecho”, “el
asceta… de la oscura guardilla”, “la muchacha precoz que trabaja en la cigarrería”, “el oscuro empleadillo de
levita raída y centenaria”, “el burgués barrigudo”… Sobre el Luis Tejada “ âneur” véase Loaiza Cano (1995,
pp.49-55 y 95-96).
ALFONSO RUBIO
CUADERNOS DE LITERATURA DEL CARIBE E HISPANOAMÉRICA • ISSN 1794-8290 • NO. 25 • ENERO-JUNIO 2017 • 15 - 29
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se nos mani esta la sociedad del momento, representada y criticada a través de
una mirada incisiva que, gracias a su humor de múltiples caras, no resulta moles-
ta, al menos para quien sonríe, como nosotros, de sus caricaturas.
Una mirada que nace del juicio y el análisis más que de las pasiones sentimenta-
les, una mirada que requería de un sistema de trabajo poético consciente envuelto
de una determinada actitud. Es la actitud del paseante que toma distancia como
método de observación cotidiana y que aquí hemos comparado con la actitud del
âneur, y la impronta sentimental que imprimía el poeta argentino Baldomero
Fernández Moreno a su poesía.
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ALFONSO RUBIO
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Cómo citar este artículo: Rubio, A. (2017). Luis Carlos López y Baldomero Fer-
nández Moreno: un callejeo de encuentros y desencuentros. Cuadernos de Literatu-
ra, (25), 15-29. DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.25.2017.2