Cuadernos de Literatura del Caribe e Hispanoamérica • ISSN 1794-8290 • No. 24 • Julio-Diciembre 2016 • 145-149
Testimonio
Laura Mercedes Martínez Salcedo
*
Flacso, Ecuador
DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.24.2016.9
Al llegar una expedición en 1776 a San Jacinto le llamaron “El Sitio”,
pero un año más tarde —al ser fundado y constituido por Antonio de la
Torre— se le dio el nombre de “San Jacinto de Duanga”, quien era capitán
de los ejércitos reales al servicio de España; y es así como hoy se le llama
a este territorio incrustado en los Montes de María, ubicado a 100 kilóme-
tros de la capital bolivarense (Alcaldía de San Jacinto - Bolivar, 2013). Y
nosotros, los hijos y nietos de la guerra en esas tierras, sabemos bien que
por aquellos lares no sólo hubo —y persiste— la violencia, sino que son
espacios encantados, mágicos, polvorientos, olvidados pero resistentes.
Emociona mencionar a los Montes de María, que no tienen nada que ver
con la madre de Jesucristo, el Mesías, no. María cualquiera, la que lava
platos y ropa, la que se sienta en un taburete en las tardes para hacer ta-
baco o gastar horas y horas tejiendo; la chismosa, la esposa del que hace
bastones. María la del común y corriente, la no mencionada, y recordando
a Eduardo Galeano, esta sería María la nadie. Eso son los Montes de Ma-
ría, donde se ubica San Jacinto. Y entonces, leyendo descubro que fue por
aquellos lugares donde vivieron varios pueblos indígenas, especialmente
los zenúes, de quienes se sabe que sobrevivieron a la matanza e inmigra-
ción ilegal de los europeos llamada colonización. Quiero pensar que mi
abuelo sabiendo aquello, vivía emocionado por tales gestas libertarias, tal
como me siento yo.
Los resistentes
* Está cursando estudios de maestría en Investigación en Antropología, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(acso), sede Ecuador. Trabajadora Social y Técnica en Música. Ha trabajado memoria histórica y participado en proyectos de
defensa de los derechos humanos de las víctimas del conicto armado colombiano, con entidades como la Secretaría para las
Víctimas y Derechos Humanos de la Gobernación de Bolívar y el Secretariado de Pastoral Social en Cartagena. También, se
ha vinculado en procesos de Educación para la Paz en la zona urbana de Cartagena, Bolívar. En el año 2015 publicó “Tiempo
de mariposas y ruiseñores”, un artículo que versa sobre la reparación, en su dimensión simbólica, a las víctimas del conicto
armado en Colombia.
Correo electrónico:lauramartinezsalcedo@gmail.com
Recibido: 15 de marzo de 2015 * Aprobado 23 de abril de 2015
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Como lo mencionaba, antes de la fundación del pueblo, los indígenas Zenú
habitaban este lugar desde periodos prehispánicos y convivían con los Ma-
libúes, quienes también residían en esta zona montemariana; constituyén-
dose en pueblos insignes para las relaciones políticas, económicas, sociales
y culturales que actualmente se construyen en la zona. Los Malibúes eran
reconocidos por su trabajo con piedra para la fabricación de utensilios y
objetos decoradores, además de que por medio de petroglifos grabados en
ellas, podían comunicarse (Museo Comunitario San Jacinto, 2014). Algu-
nas de estas piezas se conservan en el Museo Comunitario de San Jacinto,
debido a que Guillermo Quiroz Tiedjen —el teacher— las mantenía en su
casa y en 1984 aproximadamente, se las entregó a su hermano Jorge —El
Braco—, cuando apenas se gestaba el proyecto del museo como una Bi-
blioteca Municipal. Actualmente es Jorge, uno de los Quiroz, quien lleva
la batuta de este espacio de encuentro sociocultural. Allí se exponen piezas
con un alto valor arqueológico, y también, suena la gaita y los tambores;
y el bullicio de los niños, niñas y jóvenes que se dan cita a las clases de
música en las tardes.
Los hijos de Manuel Quiroz, los Quiroz Tiedjen, eran trece hermanos
oriundos de San Jacinto, entre los cuales se encontraban Guillermo, Fre-
deric y Carlos, a quienes les fue arrebatada la vida como consecuencia
del conicto armado en el territorio; espacio que ha sido violentado por
guerrillas —ELN, ERP, EPL y FARC—, grupos paramilitares, la Fuerza
Pública y las bandas criminales. Porque a la par que se han tejido mochilas
y una famosa hamaca grande, se ha tejido también un conicto en torno a
la posesión de la tierra y éste ha sido violento y avasallador para el pueblo.
Cuando apenas comenzaba el siglo XX, en Colosó, Ovejas y San Onofre,
municipios de Sucre, se crearon organizaciones que luchaban por la tie-
rra; esta dinámica se extendió a Bolívar, creándose también las “Ligas
campesinas” entre 1930 y 1940 (Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, 2010). Contagiados por las dinámicas del campesinado en La-
tinoamérica, se conforma la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
(ANUC), de la cual hizo parte “El teacher” como secretario general.
Guillermo había empezado a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad
del Atlántico, pero se retiró de la carrera, volvió a su pueblo y se dedicó a
enseñar en el Instituto Rodríguez, donde se enamoró de una estudiante que
posteriormente fue su esposa, cual narrativa de vallenato. Luego abandonó
la docencia e inició su defensa por los derechos de los campesinos; la vida
no daba tregua a la injusticia y su trabajo tampoco. Creía elmente en sus
ideales y se mantenía de lleno en su Partido Comunista Marxista-Leninista.
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Pero a “El teacher” lo acusaron de guerrillero de la misma manera con que
se ha estigmatizado al pueblo sanjacintero por décadas enteras y lo asesi-
naron. Un sábado 13 de abril de 1985 llegaron a la 1:00 de la madrugada a
la casa de Guillermo cuatro hombres que se identicaron como miembros
del Ejército Nacional, le dijeron a su esposa Ana Dolores Arrieta que lo
llevarían a la Segunda Brigada para hacerle unas cuantas preguntas y se
lo llevaron violentamente frente a su esposa y sus hijos. No fue así, fue
hallado en un lugar cercano a Luruaco con signos de tortura y 14 impactos
de bala.
Fue tal la afectación que a su entierro asistieron miles de personas del
departamento y de todo el país, organizaciones sindicales y comunales, co-
terráneos, amigos y familiares. San Jacinto, y en especial los campesinos,
lamentaron la muerte de su líder. Una nueva voz se apagaba en la defensa
de la tierra.
Frederic, en cambio, no era un líder del campesinado. Con mucho esfuerzo
montó una farmacia y desde allí se encargaba de ayudar a sus paisanos.
Cuentan quienes fueron cercanos a él que siempre colaboraba a las perso-
nas que llegaban por algún medicamento, y que la cuenta sobrepasaba sus
escasos recursos. Fue asesinado el 31 de agosto de 1997. Hoy, aquellos que
fueron sus vecinos, lo recuerdan como una persona buena gente. De esa
que abunda en los lugares donde el mochuelo canta con tanta alegría, que
sabemos que existen y les conocemos, muy a pesar de los señalamientos
que se les ha hecho.
Carlos por su parte, salió de San Jacinto a Cartagena luego de haberse ca-
sado, conformó allí una familia y logró construir una estación de servicio
o gasolinera. Se devolvió a su tierra natal y desde entonces se dedicó a la
política. Fue concejal y después aspiró a la alcaldía; elecciones que ganó el
26 de octubre de 1997, para empezar a ejercer su labor de burgomaestre en
el periodo que va entre los años 1998 y 2000. Pero no logró posesionarse
porque también lo asesinaron.
Juan Manuel Borré Barreto, Alias “Javier”, en sus declaraciones en ver-
siones libres en el 2008, le dijo al scal de Justicia y Paz que una vez
ganada la conanza de Mancuso y Castaño, y obteniendo así, un nuevo
cargo como jefe, le dieron orden de asesinar los Quiroz. Alias “Javier” y
alias “El Chuzo” mataron a Frederic Quiroz; y a Carlos, el alcalde electo,
lo extermina el mismo Borré. Después de que al asesinar a su herma-
no (Frederic), Carlos comienza a presionar a la policía en búsqueda de
verdad y justicia. El teniente Solano informa a las AUC, lo que acelera
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la orden de matarlo, precisa alias “Javier”. “Lo maté personalmente al
frente de la terraza de su casa, le pegué seis tiros de 9 mm”, dijo Borré.
(Verdad Abierta.com, 2011).
Con la muerte de Carlos se vieron perdidas las esperanzas de los votantes,
las de los sanjacinteros. El último de los hermanos Quiroz en ser asesina-
do, tenía muchos planes de progreso para su pueblo y había gestionado
recursos de cooperación internacional para la construcción del acueducto;
cosa que nunca se dio, porque cuando la violencia se imprime sobre un
líder, suelen truncarse o debilitarse los procesos de reivindicación colec-
tivos. Estos hechos se constituyen en claros mensajes de horror para la
comunidad entera; mensajes sobre quién ejerce el poder y cómo puede
ejercerlo.
Yo no sé cómo llamar a estos hermanos, pero a mi abuelo, quien fue
un líder campesino de Colosó (Sucre) —no me gusta llamarlo desde la
categoría de víctima, no desde la que impone el Estado y la literatura
de los dominadores, como si los nuestros no hubiesen resistido, porque
después de todo—, aunque le arrebataron la vida, más que víctima fue
consecuente. Él mismo iba haciendo su camino, y con sensatez esperaba,
sin que nadie le advirtiera, el apocope de sus días, o quizás contaba con
el onirismo de pocos en su tiempo. Total, es que en medio de su risa y sus
versos, él se fue despidiendo, dejando un olor a comienzo, que supongo
que no es más que el que aspiró mi abuela Eti cuando vendió todo, em-
pacó sus corotos y se fue para Sincelejo. Comienzo que dejó a mi madre
más de doce años sin ir a su tierra y deambular por su historia, y que
como si fuera poco, en ese punto de partida nos dio la vida a mi herma-
na y a mí, para seguir repartiendo del perfume que dejó el hombre que
con sombrero blanco pronunció un discurso entre tragos a un presidente
para poder aguantar tanta coherencia, que conoció al Papa en persona y
entonces no se volvió importante, pero sí muy respetado porque regaló
toda clase de sacramentales en el pueblo; de un hombre que no conocí
personalmente pero que pareciera que me habita y llevo dentro, tal como
creo que llevan a los Quiroz en su tierra.
A mi abuelo, a los hijos montemarianos que con sus resistencias cotidianas
nos enseñaron que siempre hay otros mundos posibles, mis respetos, eter-
nos agradecimientos y recuerdos.
“Paso a paso voy llegando/ donde me espera la muerte/ sin
quejarme de mi suerte, / aunque mal la estoy pasando. No pue-
do decirles cuándo/ atracarán al malecón, / mi rústica embar-
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cación/ que va dejando una estela/ en el mar de la miseria, /
donde se ahogó mi ilusión” (Salcedo, 1987).
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Referencias bibliográficas
Abierta, V. (28 de 06 de 2011). Verdad Abierta.com. Obtenido de http://
www.verdadabierta.com/component/content/article/36-jefes/3349-javier-
de-guia-de-soldados-a-para-a-bacrim
Bolivar, A. d. (27 de 08 de 2013). Alcaldía de San Jacinto - Bolivar. Ob-
tenido de http://www.sanjacinto-bolivar.gov.co/informacion_general.sht-
ml#arriba
Jacinto, M. C. (29 de 04 de 2014). Museo Comunitario San Jacinto. Obte-
nido de http://www.museocomunitariosanjacinto.com/
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. (2010). Los Montes
de María: Análisis de la conictividad. Bogotá: PNUD Colombia.
1 “A mi mujer y mis hijos”. Últimos versos escritos por mi abuelo Juan Arquímedes Salcedo, días antes de ser asesinado,
Colosó, Sucre.