Cuadernos de Literatur a deL C aribe e Hi spanoamér iCa • i ssn 1794-8 290 • no. 21 • enero -Junio 2015 • 145 - 161
Perspectivas interculturales
Intercultural Perspectives
en la Poética de
Derek Walcott
in Derek Walcott’s
Poetics
Claudia Caisso*
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Recibido: octubre 12 de 2014 * Aceptado: noviembre 4 de 2014
* Claudia Teresa Caisso es Doctora en Humanidades y Artes, Mención Literatura Latinoamericana, de la Uni-
versidad Nacional de Rosario, Argentina, donde trabaja actualmente como docente-investigadora a cargo del
Seminario “Lecturas del Caribe” en la Escuela de Letras, Facultad de Humanidades y Artes. Es investiga-
dora categoría “B” (Independiente, sin Director) en el CIUNR, UNR. El presente artículo hace parte de la
investigación El giro descolonial en procesos interculturales del Caribe. Entre sus últimas publicaciones se
encuentran el artículo “Notas sobre el Caribe en las poéticas de acriollamiento de Édouard Glissant y Ed-
ward Kamau Brathwaite” (Perífrasis, 4(8), julio-diciembre 2013, 104-120); y el capítulo de libro “Defen-
sa de la identidad cultural relacional en el discurso caribeño de Édouard Glissant” en Lenguajes de la me-
moria (Pino, Díaz, Fandiño y Tozzi (Eds.). Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2014, pp.71-86).
Correo electrónico: ccaisso@hotmail.com
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Resumen
El artículo describe la construcción iden-
titaria del Caribe expuesta por la poética
de Derek Walcott. Explora la perspecti-
va que esa construcción asume en los
ensayos “Las Antillas: fragmentos de
una memoria épica” (originalmente pu-
blicado en 1992), “El Caribe: ¿cultura
o imitación?” (publicado en 1974) y al-
gunos poemas del autor. Considera la
afirmación de lo local y la interpelación
de imaginarios eurocentrados a propó-
sito de la defensa de la hibridez forjada
con la figura del “mulato del estilo” y el
reconocimiento de inquietantes juegos
analógicos y transformaciones que el
pensamiento literario del autor expone
en su cuestionamiento del racismo.
Palabras clave
Descolonialidad, Identidades culturales,
Memoria, Pensamiento fronterizo, Ra-
cismo.
Abstract
This work describes the construction of
Caribbean’s identity exposed in some
moments of Derek Walcott’s poetic. It
analyzes that perspective in the essays
“The Antilles: fragments of an epic mem-
ory” (originally published in 1992), “The
Caribbean: Culture or Mimicry?” (pub-
lished in 1974), and some Derek Wal-
cott’s narrative poems. For the purposes
of describing the affirmation of the local
in its opposite breakthrough regarding
eurocentric imaginaries, the paper stops
in the emergency response of a decolo-
nial proposal about the figure of the “mu-
latto” and the recognition of numerous
analogical games and transformations
Walcott’s thinking shows in its question-
ing of racism.
Keywords
Decoloniality, Cultural identities, Memo-
ry, Border thinking, Racism.
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CLaudia Caisso
El nuevo Egeo
En el discurso de recepción del premio Nobel en 1992, Derek Walcott (1930)
haría alusión a la dimensión transmutativa del Caribe a la luz de sucesos que
habían generado un espacio fragmentado por la acción colonial que exterminó a
las poblaciones originarias y a las africanas, sometidas por la racialización y la
trata. Así, en “Las Antillas: fragmentos de una memoria épica” (2000), el autor
armaba el valor de la hibridez identitaria del área que ya había poetizado en
Omeros (1990) y en otros momentos de su obra entre los que destaca el poema
narrativo “La goleta El Vuelo”, incluido en El reino del caimito (1979). El poeta
situaba al Caribe como un espacio donde leer una frontera para el mundo a ex-
pensas de una perspectiva religadora capaz de revertir la conictiva coexistencia
étnica, incluida la de los afrodescendientes con los hindúes llevados a las Antillas
como trabajadores contratados en el último tercio del siglo XIX (Pizarro, 2002;
Puri, 2004).
El ensayo comienza con una escena en la que el escritor santaluciano contempla
una performance del Ramleela
1
. La ciudad de Felicity a orillas de la llanura de
Caroni reabre a propósito de la percepción de la ceremonia hindú, el contraste
entre performance religiosa, escritura y representación teatral, que el autor había
explorado en la búsqueda de un teatro para la identidad que evitara caer en el
folklorismo exotizante entre los rituales del carnaval, la religión y la política
2
. Al
mismo tiempo, actualiza valoraciones que Walcott había comenzado a trazar dos
décadas antes en “El Caribe: ¿cultura o imitación?” (Walcott en Hamner, 1993)
para tomar distancia de las perspectivas nihilistas que el escritor trinitense V. S.
Naipaul había desplegado en The Middle Passage (1962) en una serie de cróni-
cas de viaje escritas a pedido de Eric Williams (por entonces Primer Ministro de
Trinidad) sobre Surinam, la Guyana británica, Martinica, Trinidad y Jamaica.
Contra aquel telón de fondo en “Las Antillas…” se acentuaba nuevamente la
1 El Ramleela es una esta religiosa de origen hindú que consiste en la representación popular de una de las partes
del antiguo poema épico Ramayama (aprox. III a.C.).
2 En particular, mientras se sostuvo como director del Trinidad Theatre Workshop (TTW 1959-1976) en el marco
del cual produce la representación de obras de autores europeos, africanos y americanos. Además Walcott com-
pone una serie de obras teatrales estimulado por el proyecto de fundación y posterior fracaso de la Federación
de las Antillas anglófonas entre 1959 y 1962. Articulado con un proceso de emergencia del nacionalismo del
Caribe anglófono, opuesto respecto del imperialismo moderno en su excavación de las marcas de alienación
de la identidad caribeña, el trayecto de construcción del taller de teatro en Trinidad, es marcado en particular
por el teatro nacional irlandés y revisado en el ensayo “La voz del crepúsculo” (1970), texto que originalmente
funcionó como prólogo de una antología de sus obras teatrales (Walcott, 2000, p.90).
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capacidad con la que según Walcott cuenta la región para generar respuestas
creativas mientras se invoca una serie de motivos que se reiteran en la poética
walcottiana. Entre ellos, la diferencia constitutiva que es posible reconocer entre
“nativos” y “viajeros”
3
, así como el cuestionamiento de los viajeros victorianos
del siglo XIX y sus continuadores en el XX; aspectos que potencian el rumbo
seminal que Walcott le asigna a las culturas antillanas cada vez que marca la
interacción entre las lenguas vernáculas y las imperiales, o aparece realzada la
potencia del paisaje como cantera donde yacen furia y proporción de lo innom-
brable, hasta armar a la poesía como yacimiento de la memoria donde se amal-
gaman el pasado y el presente. Así, en un pasaje del discurso luego de recordar la
recitación de poemas que unos niños hacían en las calles de Castries en inglés y
en patois, Walcott (2000) escribe:
No se trata de que la historia quede borrada por este amanecer.
Sigue estando allí, en la geografía antillana, en la propia vege-
tación. El mar suspira con los ahogados desde que comenzó el
tráfico de esclavos a través del Atlántico, con la matanza de sus
aborígenes, caribe, arahuaco y taíno, sangra en el escarlata de
la siempreviva, y ni siquiera la acción de las olas sobre la arena
puede borrar la memoria africana, o las lanzas de caña como
una verde prisión donde braceros asiáticos, los antepasados de
Felicity, permanecen al servicio del tiempo. (pp.105-106)
Así hace referencia al renacimiento de la literatura antillana, enfatiza la inscrip-
ción de la luz y la experiencia del tiempo en una escena en la que el recuerdo
de la violencia generada por la rapacidad del “moderno sistema mundial” (Wa-
llerstein, 1998) es patentizado a través de texturas frágiles (los suspiros de las
víctimas), colores persistentes (el rojo de la sangre de los humillados que perdura
y orece en las siemprevivas) y los ritmos inextinguibles del mar. Porque es
precisamente la literatura antillana la que, según Walcott, es capaz de recrear el
agón de una diferencia compleja, donde la violencia del pasado en lugar de ser
silenciada debe ser conocida y transformada. En esa geografía singular es posi-
ble reconocer las mudanzas del paisaje propiciadas por la escasez de estaciones
3 Ese contrapunto entre nativos y viajeros aparece insistentemente en la escritura poética de Walcott, por ejemplo
en los paralelismos abiertos entre Aquiles y Helena –personajes nativos– en contraposición con la gura del
viajero Plunkett, para ilustrar brevemente, la inscripción de esa tensión en Omeros, así como también aparece
en el poema “La luz del mundo” (El testamento, pp.59-63) en el que la composición de la mirada a propósito de
un desplazamiento en un ómnibus común por la ciudad de Castries articula valiosos paralelismos entre Walcott
como viajero y los residentes en la capital de Santa Lucía.
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en relación con las europeas y se sostiene una pregunta que insiste en relevar la
certeza dibujada por los relatos de Trollope y Froude cuando niegan la existencia
de cultura en el Caribe
4
. Así Walcott escribe:
El invierno confiere hondura y oscuridad tanto a la vida como a la
literatura, y en el interminable verano de los trópicos ni siquiera
la pobreza o la poesía –en las Antillas la pobreza, poverty, se
diferencia de la poesía, poetry, apenas por una V, une vie (una
vida), una condición vital además de imaginativa– parecen capa-
ces de ser profundas, porque la naturaleza es tan exultante, tan
decididamente extática como su música. Una cultura basada en
la dicha es necesariamente superficial. Para venderse, el Caribe
fomenta tristemente los placeres de la banalidad, de una brillante
vacuidad, en tanto lugar donde no solo es posible huir del invier-
no, sino también de la seriedad que provoca una cultura con sus
cuatro estaciones. ¿Puede haber aquí un pueblo, en el auténtico
sentido de la palabra? (2000, p.95)
En el espacio donde hay solo dos estaciones en lugar de cuatro, la poesía es
propuesta como un modo de vida que Walcott presenta en interacción con la
naturaleza caribeña, y es situada mediante el incomparable parecido que, con la
excepción de la letra “V”, existe entre las palabras “poetry” y “poverty”. En ese
movimiento asociativo de la imaginación que arma una manera de estar y de
ser, resuena el esfuerzo por la supervivencia. El poeta incluye al francés luego del
juego sonoro abierto por el eco entre las palabras en inglés. Gesto que representa
el eco emblemático del relevo de la colonialidad sostenida por las metrópolis,
tallado en las lenguas de las potencias imperiales que dominaron la isla de Santa
Lucía cedida por Francia a Inglaterra después de la batalla de Todos los Santos
5
.
4 Anthony Trollope (1815-1882) fue un popular novelista inglés de la época victoriana, autor, entre otras obras, de
Las Indias occidentales y el continente español (The West Indies and the Spanish Main), libro de viajes editado
en 1859. James Anthony Froude (1818-1894) fue un historiador, viajero y biógrafo, autor del libro Los ingleses
en las Indias Occidentales o el escudo de Ulises (1888). Ambos aparecen varias veces mencionados por Walcott
como conguradores de una matriz fuertemente racista y/o etnocéntrica.
5 La batalla de Todos los Santos tuvo lugar en 1782 y constituye la acción naval de mayor relieve en el siglo XVIII
en el Caribe francés, cuando los ingleses vencieron a los franceses. Allí se enfrentaron la escuadra británica al
mando de George Rodney y otra francesa que dirigió de Grasse. Es la única batalla aludida en Omeros (p.119)
según destacan algunos críticos, cuando argumentan sobre el desvío del canon de la literatura épica clásica en
el más largo poema narrativo del autor (Baugh, 2006).
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Como en otros momentos del mismo ensayo, se inviste a la poesía con un poder
erótico, puesto que se trata de un quehacer que con energía amorosa realza al
Caribe como espacio signado por la transmutación de lo que ha sido desgarrado,
enfrentado, violentamente sepultado. La poesía está en el paisaje y está en el len-
guaje, acontece como música extática, que en tanto tal mima (reproduce) el exce-
so, la voluptuosidad y la exuberancia de los árboles, las colinas, el azul del cielo,
los vaivenes del mar. Por ese ejercicio reminiscente se perfora la estabilidad, la
quietud de lo dado, y se pueden reunir los restos que todavía quedan después de
la experiencia del desastre.
La argumentación, sin embargo, abre en el discurso líneas contradictorias que
es preciso señalar. Puesto que si en parte deende una teoría de la hibridez que
implica una toma de distancia respecto de la representación racial abrazada por
la negritud de Césaire, en el Caribe francófono, que fue continuada por Edward
Kamau Brathwaite
6
en el Caribe anglófono, cuenta con rasgos ciertamente esen-
cializantes y neutralizadores de los conictos raciales que atravesaron las for-
mas históricas concretas del poder colonial sobre el continente americano y las
Antillas. En tanto y en cuanto es posible armar que establece la defensa de la
diversidad como existencia de un mestizaje en términos de copresencia ideal de
lo que la colonialidad ha impuesto coercitivamente (Walcott, 2000), mientras
anula el valor de la historia. Por lo tanto, en esa dirección, el Caribe como vasi-
ja reconstruida en cierto sentido plasma la antigua idea del “crisol de razas” (o
melting pot) armando, así, la posibilidad de reunir los pedazos en una síntesis
donde se neutralizarían los profundos conictos históricos interraciales mediante
el montaje de una estética del fragmento en la que el arte es capaz de procesar
el conicto entre las lenguas y las razas (Puri, 2004). Walcott escribe: “El arte
antillano es la restauración de nuestras historias rotas, nuestros fragmentos de
vocabulario, y nuestro archipiélago se convierte en sinónimo de fragmentos des-
gajados de su continente original” (2000, p.92).
En la posibilidad de reparar lo que ha sido destruido (de unir los fragmentos re-
siduales), de juntar los detritus de las civilizaciones y amalgamar los restos del
naufragio, la metáfora propuesta por la vasija que releva la imagen del Caribe
6 El poeta barbadense Edward Kamau Brathwaite (1930) es junto al escritor George Lamming, también bar-
badense, Derek Walcott, el guyanés Wilson Harris y el trinitario V. S. Naipaul, uno de los fundadores de la
literatura del Caribe anglófono. Con Walcott representa uno de los puntos más altos de la poesía en el marco
de la literatura anglófona. Sus poéticas que a veces han sido enfrentadas en un estéril duelo rival, merecen ser
estudiadas en sus diferencias y “lugares comunes” puesto que en el marco de las culturas del Caribe construyen
uno de los intercambios más ricos y extendidos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX .
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como “vaso roto”, deviene exaltación de la coexistencia de lenguas, subjetivida-
des y experiencias culturales. Sesgadamente operan allí trazos de las teorías del
mestizaje canónicas de las Américas y las Antillas, en términos de imaginario
central de la fundación patriarcal criolla de los Estados nacionales. Imaginario
por medio del cual, según se señaló antes, fueron negados los diferenciales de
poder y la violencia genocida ejercida sobre el otro que caracterizan la recon-
guración de la colonialidad (Mignolo, 2007), cada vez que se instrumentalizaron
teorías sobre el mestizaje en las que se terminó defendiendo el racismo (Lund,
2006). No obstante, no parece acertado asignarle a la construcción walcottiana
del mestizaje expuesta en “Las Antillas: fragmentos de la memoria épica” la neu-
tralización absoluta de las tensiones generadas por los genocidios perpetrados
por el eurocentrismo. Ya que la teoría del bastardo walcottiana que implica, como
se ha señalado, un corrimiento tanto respecto del afrocentrismo como del enfren-
tamiento abierto al eurocentrismo desplegado por la negritud de Aimé Césaire,
continuada en el Caribe anglófono por el poeta barbadense Kamau Brathwaite,
lejos de armar a la cultura europea como una cultura original hegemónica y a
la caribeña como una copia, interpela profundamente esa construcción. En la
teoría y práctica de la bastardía walcottiana es posible reconocer tensiones que
permiten leer el trazado de profundos giros descoloniales. Entre el sinsentido
de la supervivencia (Walcott, 2000) y la insistencia en el valor de lo impuro, se
revierte la anatematización del “híbrido”: el relato del caribeño como un ser ile-
gítimo narrado por el europeo. Mientras que entre el nativo y el viajero, así como
en las diferencias que existen entre los viajeros metropolitanos colonialistas, los
exiliados en las metrópolis que continúan su racismo (Walcott, 2000), y otros
trotamundos en los que no se acentuaría, en cambio, tan acabadamente el gesto
colonizador eurocéntrico es posible reconocer una escena plural, dibujada como
respuesta crítica por parte del escritor santaluciano a la colonialidad del poder
(Quijano, 2000).
Desde la perspectiva de Walcott, algunos viajeros representan la construcción
de una mirada por la escritura donde se proyecta melancolía y cinismo, cuando
registran a la naturaleza en función de título de dominio, o cuando nombran a
las ciudades con irónico patetismo como ocurre, según señala el autor, respecto
de Felicity
7
. Otros viajeros como Crusoe, en cambio, enarbolan la posibilidad
7 Son varios los pasajes en los que Walcott insiste en “Las Antillas…” con el paralelismo entre escritores y viaje-
ros abriendo una fuerte diferenciación de esas subjetividades respecto de la de los nativos, “amantes de un rin-
cón de la tierra” (2000, p.101) a quienes la permanencia les permite cultivar el eros por el lugar y los semejantes.
A su vez, los viajeros conforman un conjunto “dividido” que Walcott diseña por un lado con quienes deenden
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de construir los propios instrumentos de trabajo y crearse las propias, nuevas
metáforas, “cada mañana”
8
. Además, es preciso destacar que la elaboración de la
genealogía del mulato en Walcott representa una zona inquietante: la asunción de
la conciencia dividida de pertenencia racial, un aspecto que remite a la experien-
cia de lo que no admite ser sintetizado ni neutralizado sino que, por el contrario
se proyecta conictivamente en términos de escisión biográca de un sujeto, en
la lectura que hace de su presente cultural, como es posible leer en numerosos
momentos de la obra. Y como lo registran, además, las líneas que en el poema
“Un lejano grito del África” dicen: “Yo, que estoy envenenado por la sangre de
ambos, / ¿hacia dónde volverme partido por las venas?” (2012, p.29); o las líneas
que en el ensayo “La voz del crepúsculo” señalan: “de tal modo que siendo como
soy mestizo, me produce escozor ver la palabra Ashanti
9
o la palabra Warwick-
shire, las cuales por separado insinúan las raíces de mis abuelos” (2000, p.21).
Por esas vías, irrumpe la defensa de una matriz intercultural irreductible del Cari-
be, que tanto implica una reconstrucción de la conciencia agónicamente dividida
del mulato que Walcott representa
10
, como la reelaboración en un contexto neo-
colonial postnacionalista de máscaras identitarias fuertemente interpeladoras del
racismo colonialista, que en las décadas del 60 y 70 habían actuado intensamente
en su trayecto creativo para la construcción de una cultura caribeña resistencial
frente a la colonialidad del poder (Quijano, 2000; Puri, 2004). Así en el ensa-
yo “La voz del crepúsculo” antes mencionado, es posible reconocer algunos de
aquellos vectores cuando Walcott cuestiona rituales de ciertas vertientes del tea-
tro europeo contemporáneo:
El culto a la desnudez en el teatro alternativo, […] no es única-
mente nostalgia de la inocencia perdida, sino la expresión del re-
y argumentan sobre los grandes sucesos de Inglaterra y, con Froude, Trollope y exiliados antillanos contem-
poráneos han contribuido a la propagación del racismo y, por otro lado, con viajeros como Charles Kingsley, a
quien el poeta santaluciano considera el autor del primer libro antillano (At Last [Al n]), y ha construido una
mirada “más amable”.
8 Para Walcott, Crusoe representa menos un viajero colonizador que un artesano y un náufrago “proteico”, más-
caras con las que el autor santaluciano identica las matrices del quehacer artístico con las que la sociedad con-
temporánea condena a los creadores, en particular a los poetas. Mencionado insistentemente en sus trabajos en
prosa, es tomado de modo cenital como un personaje “proteico” en el ensayo “La gura de Crusoe” (Walcott en
Hamner, 1993), momento en el que el poeta reexiona, además, sobre varias cuestiones de índole compositiva
que se corresponden con las búsquedas desplegadas en el decisivo poemario The Castaway and other Poems [El
náufrago y otros poemas] de 1965.
9 Los ashantis o asantes son una etnia muy importante de Ghana de la que proviene Alix, madre de Derek Walcott.
Warwickshire, en cambio, es el nombre de un condado en Inglaterra, donde nació el padre del autor.
10 La experiencia de conciencia dividida, como efecto de tensiones abiertas por la herida colonial, fue considerada
entre otros, por W.E.B. Dubois y atraviesa numerosos momentos de la escritura walcottiana.
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mordimiento por los genocidios de la civilización, una búsqueda
de la fuente primigenia del gozo trágico del rito, una confesión de
la calamidad indígena, pues sus guerras, sus campos de con-
centración, sus millones de almas desplazadas han degradado y
desollado al cuerpo, convirtiéndolo en alimento para las máqui-
nas. Este tipo de cultos penitenciales, que mancillan a quienes
los practican –el Teatro del absurdo, el Teatro de la Crueldad, el
Teatro pobre, el Teatro sagrado, el resurgimiento pseudobárbaro
de la tragedia primitiva–, no suponen una amenaza para la civili-
zación sino que son un acto de absolución. (2000, p.16)
Más oblicuamente, Walcott reelaborará hacia comienzos de la década del 90 en
“Las Antillas” un lugar oposicional para el Caribe. Entre la dimensión marmórea
quebrada de “la lengua de Ozymandyas” que simboliza la hegemonía cultural, a
diferencia de la espontaneidad y la frescura que ofrecen las lenguas vernaculares
–interacción que, según Walcott, precisa asumir el artista antillano para conver-
tirse en portador de un mensaje integrador– se abre la descripción de un espacio
que no admite ser concebido como continuidad ni deriva de otro. Al mismo tiem-
po, se reexiona, una vez más, acerca de cuestiones que, descentradas y fractal-
mente localizadas, permiten habitar una experiencia que ha permanecido oculta
porque ha sido excluida en ciertos usos del relato, tales como los que sostuvieron
algunos viajeros decimonónicos y el discurso historiográco europeo en los que
se reicó la experiencia de ilegitimidad y desarraigo con las que, como ya ha sido
señalado, la mirada del Otro condena a los caribeños.
Cuando Walcott arma que los antillanos son un pueblo y que en las Antillas
existe una imaginación cuya complejidad queda expuesta en la pluralidad cul-
tural capaz de generar respuesta, esa capacidad contrapuntística de las culturas
antillanas es considerada a contracorriente de las falsas representaciones que pro-
duce la literatura metropolitana
11
. En tal cuestionamiento, diseminado a lo largo
de toda su obra, es preciso reconocer una polémica visceral: la respuesta crítica
sembrada por el autor de Omeros respecto de los textos de James Anthony Frou-
de (1818-1894), autor del libro Los ingleses en las Indias Occidentales o el es-
cudo de Ulises (1888), en el que el escritor británico hace una encendida defensa
del colonialismo cuya prolongación se conoce en inglés como “froudacity”. La
11 Se entiende aquí por “literatura metropolitana” aquella que, en ambas orillas de Europa y del Caribe arma la
supuesta originalidad y superioridad de la cultura europea.
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“froudacidad” implica una forma de narrar amplicando las gestas imperialistas
de la Corona: cierta proyección que desde el viajero victoriano ha gestado entre
los siglos XIX y XX la producción de relatos caracterizables por la búsqueda de
reconocimiento para Inglaterra de grandes sucesos consagrados a demostrar el
derecho a la supremacía global de aquella Nación.
Probablemente es en “La musa de la historia” (publicado en 1974) donde Walcott
interpeló más abiertamente tal “recuerdo parcial de la raza [blanca]” (2000, p.54)
y al “cinismo metropolitano” reconocible en la historiografía inglesa, mientras
argumenta acerca del desinterés cotidiano en la región respecto de la historia y
del pasado:
Nada debería importarle al Nuevo Mundo –escribe– si el Viejo
está otra vez a punto de estallar, pues la obsesión por el pro-
greso no figura en la psique de los recientes esclavos. Ese es el
amargo secreto de la manzana. La visión del progreso es la locu-
ra racional de la historia considerada como tiempo secuencial, la
visión de un futuro dominado. Su imaginería es absurda. En los
libros de historia, el descubridor pisa una tierra virgen, se arrodi-
lla mientras el salvaje también se arrodilla en la espesura, sobre-
cogido. Tales imágenes están grabadas en la memoria colonial;
es la herejía de que el mundo se está volviendo sagrado desde
que Crusoe dejó la huella de su pie o Colón la de su rodilla. Estas
imágenes blasfemas se desdibujan, pues tales jeroglíficos del
progreso resultan básicamente cómicos. (p.59)
Giro de relativización que el jamaicano Edward Baugh (2012) leyó con notable
agudeza cuando comprendió aquella construcción como una clave donde se des-
oculta la dicultad que existe en el Caribe anglófono para narrar la propia histo-
ria. Tal dicultad remite a la discontinuidad de la historia negra y a los traumas
generados a propósito del genocidio, así como también a las sanciones que ope-
ran sobre la memoria. Desde Froude hasta el libro de viajes de V.S. Naipaul The
Middle Passage (1962), antes mencionado –que según Baugh (2012) continúa la
referida “froudacidad”–, se extiende el mandato de ocultamiento que la historio-
grafía eurocéntrica impuso, como forma de interpretar interesada y negativamen-
te la inexistencia de población humana y de cultura en la región. Imaginario que
Walcott se encarga de revertir en varios momentos de su poesía y sus ensayos,
como ocurre en el discurso de recepción del Nobel que comentamos, cuando,
a propósito de la ceremonia hindú, contradice a Froude en lugar de autorizarse
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en él. “‘No hay allí un pueblo en el verdadero sentido de la palabra’ podríamos
decir con Froude. No hay pueblo. Fragmentos y ecos del pueblo auténtico, adul-
terados y rotos” (2000, p.90). Walcott, a diferencia de Froude, arma que en la
ceremonia que ve, hay apertura en lugar de adulteración, y los fragmentos y ecos
son los de una imaginación genuina como la que se despliega en la literatura y
civilización antillanas. Por otra parte, es preciso reconocer la importancia que en
la poesía walcottiana gana la respuesta crítica respecto de Froude, cuando las su-
cesivas reinscripciones de los relatos homéricos articulan una fase odiséica que
extiende la interpelación a las matrices ideológicas de la “froudacidad”.
En los 90, en un contexto histórico signado por el neo-liberalismo, que ya no está
marcado por el anhelo de construir la Federación del Caribe anglófono (Girvan,
2012), la posibilidad de pensar la singularidad del área trabaja con contrapuntos
opositivos y representaciones de la identidad caribeña que responden críticamen-
te a los imaginarios del Otro europeo. En la gura de la vasija que remite al barro
en su maleabilidad para dar forma, la calidad recipiendaria del objeto en el que
coexisten culturas heterogéneas, fragmentos de un relato irremisiblemente per-
dido y un diálogo intenso con el vacío, el Caribe cuenta con nuevo relato para
representar la interacción cultural posible entre los Caribes que hay en el área, así
como su apertura o “relación” (Glissant, 2005) con el mundo.
Variaciones del archipiélago
Con juegos abiertos entre islas que se enhebran como fragmentos-sinécdoques
de un espacio mayor compuesto por el archipiélago, que a su vez entra en con-
trapunto con el espacio continental de las Américas y Europa, el Caribe walco-
ttiano es un fragmento del Viejo Mundo integrado por Europa, África y Asia.
Congura un “Nuevo Egeo” donde se señalan los efectos nocivos del turismo así
como también los de la condición satélite de las islas próximas a la península de
Florida (Walcott, 2000). En virtud de su articulación rememorativa ccional, la
diferenciación entre nativos y viajeros deja visualizar allí una oposición en torno
a la quietud y el desplazamiento; el amor y la imposibilidad de amar que permite
establecer una relación más humana y genuina de los sujetos que habitan el lu-
gar porque no lo instrumentalizan en función de una ratio eurocéntrica. Walcott
escribe:
No son el viajero o el exiliado quienes deben medir sus propor-
ciones; esto corresponde a su propia ciudadanía y a su arquitec-
tura. Cuando te dicen que aún no eres una ciudad o una cultura,
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la respuesta ha de ser necesariamente esta: No soy tu ciudad ni
tu cultura. Después de eso tal vez habría menos Tristes trópicos.
(Walcott, 2000, p.101)
Aquí sobre este estrado, suena la oleada de aplausos: nuestro paisaje, nuestra his-
toria reconocidos “al n”. At last [Al n] es uno de los primeros libros caribeños.
Fue escrito por el viajero victoriano Charles Kingsley. […] El viajero no puede
amar, porque el amor es éxtasis y el viaje es movimiento. Si regresa en busca de
lo que amó en un paisaje para quedarse en él, entonces abandona su condición de
viajero para pasar a la éxtasis y la concentración, se convierte en el amante de ese
determinado rincón de la tierra, en un nativo (2000, p.101).
En el parágrafo citado aparece un homenaje al nativo: habitante del lugar que es
“amante de un […] rincón de la tierra”. No importa si escribe o no; menos aún
el color de su piel. En una operación descriptiva que identica por antítesis sin
armar ninguna clasicación dura, se dibujan zonas atentas a los afectos y sus
destinos, al “cariño y el dolor de las Antillas” (Walcott, 2000, p.92). Walcott con-
forma el “pueblo” antillano con los que guardan una relación material con el pai-
saje sin destruirlo ni consumirlo. Se trata de quienes todavía son convertidos por
él, quienes básicamente se diferencian de los turistas o falsos viajeros, así como
de los “viajeros amables” (escritores europeos), cuya supercialidad no permite
producir ni tampoco traducir la construcción de ninguna experiencia vivencial en
diálogo con las huellas reales que ofrece el lugar.
Para Walcott, el Caribe ha estado desde siempre sometido al traslado de su paisaje
y sus gentes y congura un palimpsesto que encuentra la soberanía de la imagi-
nación en el espacio que trazan la pintura y la poesía
12
. Por esas vías se despliega
una perspectiva arqueológica que se hace con materialidades múltiples: textos,
lenguas diversas, culturas letradas y populares, estilos musicales, juegos entre
la imitación y la improvisación, cuyos efectos en particular son reconocidos a
propósito del tambor de la “steel-band”, los sutiles ritmos del calypso y el traje
del carnaval (Walcott en Hamner, 1993). En consonancia con la percepción del
12 La importancia que Walcott le asigna a la pintura como cantera en la construcción de una mirada capaz de
desocultar lo real (referente irreductible de su escritura poética) requiere ser vinculada, entre otros aspectos, al
hecho de que su padre Warwick Walcott –quien falleció por una mastoiditis cuando él era un niño de apenas
un año y tres meses– era un hábil pintor de marinas. Por otra parte, como es posible advertir en Another Life,
Derek Walcott, con su amigo Dunstan St. Omer, comenzaron a pintar bajo la guía de Harold Simmons, desta-
cado intelectual santaluciano que contribuyó a revalorar la cultura creole de la isla y oció como un genuino
líder espiritual para Walcott, una suerte de relevo del padre, quien les enseñó a ambos, al autor de Omeros y a
St. Omer, los primeros pasos en el arte del paisajismo en su estudio en Castries, transformado en una suerte de
segunda escuela luego de la formación que ambos recibían en St. Mary’s College.
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entorno real que requiere la vida caribeña mediante la lectura de cierta tipicidad
que irrumpe en guras de iconicidad irreductible portada por hombres, árboles
y animales. Es por ellos que, según el autor, se patentiza algo del orden de la re-
serva, lo invisible más allá de la inmediatez perceptible que requiere de quehacer
artesanal para ser leído, desocultado, reconocido y a su vez diversicado.
En ese movimiento, el mar a veces es un libro, como cuando en “El niño dividi-
do” –primer capítulo de Another Life en el que Walcott recorre la ausencia del
maestro que se ha suicidado y la tensión de lo impuro que formula la inscripción
del mulato como efecto monstruoso de la razón occidental (Walcott, 2012)– el
Caribe aparece aludido a través de las imágenes de “las páginas del mar / […] un
libro que un maestro dejó abierto/ en medio de otra vida” (Walcott, 2012, p.115).
O como cuando surge esa analogía en el poema “El mar es la historia”, en el
momento en que se hace referencia a la carencia de archivo que ha caracterizado
a las poblaciones negras esclavizadas: “pero el océano siguió pasando hojas en
blanco” (Walcott, 1996, p.71). Mientras otras veces lo real del Caribe merece ser
descifrado y re-inscripto en el entorno como una biblioteca, como cuando en el
ensayo “Las Antillas…” se lee:
Esto es lo que he leído a mi alrededor desde la infancia, desde
los comienzos de la poesía: la gracia del esfuerzo. En la dura
caoba de los grabadores: rostros, hombres resinosos, quemado-
res de carbón; […] y también en los pescadores, en los criadores
que viajan en camiones lanzando sus lamentos, todos ellos en
su origen fragmentos de África, pero modelados y endurecidos y
enraizados ahora en la vida de la isla, analfabetos en el sentido
en que lo son las hojas; no leen, están ahí para ser leídas, y si
se las lee correctamente crean su propia literatura. (2000, p.106)
Los seres que conforman el paisaje son así garantes de una actitud de reconstruc-
ción por medio de la literatura antillana que ahora los lee y escribe. Walcott tra-
baja no pocas veces con articulaciones que enfatizan el efecto de un continuum
entre los libros, los textos y la vida más allá, como cuando en “Archipiélagos” en
“Mapa del Nuevo Mundo” se lee: “Al nal de esta frase comenzará a llover / En
el lo de la lluvia, una vela” (2003, p. 47), en una suerte de tras-vasamiento entre
el vaso del verso que se escribe y la vida que comienza. Porque parece existir
un guión, por el cual el mar es un libro y el Caribe un libro de libros, mientras
el escritor deviene peregrino: un hacedor de trayectos, quien se desplaza efecti-
vamente en el espacio transformándose en el viajero de la imaginación: el que
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plasma espacios de visibilidad y desocultamiento para capturar “lo real” más allá
de los sucesos a secas y, muy en particular de los grandes sucesos, en territorios
donde los dioses por n han caído (Walcott, 1994), los guerreros se transforman
en rudos pescadores, y se puede volver a leer las regiones del mito (Burnett,
2000) que la colonialidad ha prohibido
13
.
En ese marco, la celebración de la diversidad implica construir un bastión de de-
fensa a contrapelo del racismo, así como también el resguardo de pilares que ha-
bían actuado décadas antes en función de la construcción de un imaginario nacio-
nal (Puri, 2004). La poesía es una isla que se desprende del continente donde lo
impuro se inviste de belleza y donde la historia en tanto “historia del mundo” es
“una crónica de desgarros tribales, de limpiezas étnicas” (Walcott, 2000, p.102).
Vital por su capacidad para producir imaginarios, genera otra imagen del paisaje,
de los perles y acentos que ofrecen la luz, la experiencia del tiempo en relación
con la naturaleza y las ciudades, que aparecen como productoras de cultura y
son presentadas, a veces, en términos de utopías y/o espacios ideales. Hasta que
se arma que la poesía se “enamora del mundo a pesar de la historia” (Walcott,
2000, p.103) y que “Puerto España […] es Atenas” (Walcott, 2000, p.98). Pero
Puerto España también es “una babel urbana”, la capital de Trinidad, que ofrece
mixturas y lazos transversales, la fragua del presente en la feria y la calle, a con-
tracorriente de las estructuras severas, puesto que allí palpita la convivialidad: el
júbilo de la coexistencia en relevo de la estraticación con que colonialidad del
poder estructuró el área.
El acento puesto en la fuerza de supervivencia que existe en los archipiélagos en
términos de “rincón” u orilla devuelven a la globalidad totalitaria del “sistema
mundo” que se impone sin afuera (Mignolo, 2003) oposición y márgenes de un
nuevo humanismo. Ofrece riberas que epifánicamente irrumpen a propósito de
los valores expresivos de la lengua que para Walcott patentizan ciertas formas de
entonar el inglés en Irlanda, en la lectura que hace de poetas fuertes como Yeats
(Fumagalli, 2005). Así como a veces encuentra rastros de mayor fuerza expresiva
en las lenguas vernaculares antes que en el inglés, cuando reconoce que existen
nombres “más exibles, más verdes, nombres que experimentan la agitación de
la mañana más que el inglés como los valles de los que hablan los árboles” (Wal-
cott, 2000, p.105). Márgenes que a su vez ofrecen los rastros del “regreso a casa”
13 Como ocurre, por ejemplo, en el libro Omeros, con la región de Iounalao, o tierra de la iguana, en el pasado
primordial de la isla de Santa Lucía cuando habrían convivido los arahuacos y las poblaciones diaspóricas afri-
canas, antes de la llegada de los europeos.
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de Ulises, que, en el Caribe del autor santaluciano transforman paulatinamente
a los héroes de la épica odiséica en tipos humanos cotidianos (Burnett, 2000).
En el libro Another Life (1973), Walcott plasma un proceso de transformación
entre los personajes de la literatura homérica y los habitantes de Castries que
funciona en más de un sentido como umbral de lectura para Omeros. Cuando
en función de “otra vida”, o la vida nueva que el libro invoca
14
, se arma la
existencia de los “hombres heráldicos” antes que de los “héroes”
15
: puesto que
emblematizan un porvenir situado a nivel de la vida cotidiana, de cierta indaga-
ción de lo verdadero que al presente trae la vida plena como perforación de la
heroicidad sublime, orientada ahora por las fuerzas de transversalización de un
Caribe heterogéneo.
En tal sentido, puede armarse que a lo largo de la obra creativa emergen puentes
analógicos y disimetrías entre archipiélagos, retorno de textos y guras clásicas
de la cultura llamada occidental que proponen transformaciones relevantes entre
el Caribe y el Egeo, así como entre los viajeros y los escritores, hasta que las
Antillas se transforman en genuina morada.
Conclusiones
En un nuevo contexto, el discurso de recepción del Nobel “Las Antillas: frag-
mentos de una memoria épica” de Derek Walcott, prolonga estrategias de re-
presentación identitaria que el escritor había trabajado en los 70 a propósito del
diseño de un imaginario de comunidad antillana resistencial frente a la colonia-
14 Edward Baugh ha destacado en las notas a la edición de 2004 del libro que el horizonte de otra vida de Walcott
está vinculado con el concepto de “vida nueva” del libro de Dante Alighieri.
15 En el capítulo 3 del libro se abre un valioso contrapunto entre los héroes de las batallas, las acciones y los
atributos de algunos animales en episodios homéricos y los habitantes de Castries. Más adelante, en el capítulo
12 es posible leer: “for a future without heroes, / to make out of these foresters and shermen / heraldic men”
(Walcott, 2004, p.75); [“por un futuro sin héroes / para crear entre esos guardabosques y pescadores / hombres
heráldicos”]. La mirada poética genera ese horizonte: hombres heráldicos los portadores del traslado, podría
decirse, desde un orden de lo visible a regiones que son aún más reales aunque no tan evidentes. Son los que
emblematizan un modo de ser profundamente antillano sin cerco ni aislamiento. Son más que pescadores en el
mar de Santa Lucía, habitan una región más extendida. Los hombres heráldicos aparecen como portadores de
un modo de actuar que por marginal y transgresor es absolutamente relevante. Félix Houbain, por ejemplo, es
en la obra de Walcott Dream on Monkey Mountain [Sueño en la montaña del mono] (2004), un sujeto heráldico,
porque porta cierta tipicidad que se constituye en genuina herramienta de crítica y transgresión respecto de la
alienación de los nativos como de las falsas formas y legalidades de las instituciones de la llamada “civiliza-
ción” occidental. Esa tipicidad se abre a un mundo de referencias compartidas colectivamente en la calle, los
rituales, los modos de imaginar. Y remite a su vez a una suerte de arquetipos de la cultura letrada y de la cultura
popular antillana. Algunas observaciones valiosas al respecto aparecen en el ya mencionado ensayo “La voz del
crepúsculo” (Walcott, 2000).
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lidad. En ese marco, la armación del mestizaje traza una utopía integradora
de razas por la que se enfrenta al racismo eurocentrado. La diferenciación de
los viajeros respecto de los nativos permite construir un nuevo humanismo que,
transformando la herencia del legado de la negritud de Césaire, habilita al autor
a trazar fronteras respecto del mundo europeo en el Caribe, así como también,
sospechar de la literatura de viajes que negó la existencia del pueblo caribeño y
de su cultura. Perspectivas racistas expuestas en el siglo XIX por James Anthony
Froude que fueron continuadas en la contemporaneidad por el escritor trinitense
V. S. Naipaul. En tal sentido, el discurso en el que se responde críticamente a
aquellas posiciones, reexiona sobre la propia obra mientras le concede espesor
real a la cultura caribeña. A través de una “estética del fragmento”, la poética de
Walcott reconstruye lo que la colonialidad del poder ha fragmentado, mientras
reposiciona las fuerzas de la rememoración que en “La voz del crepúsculo” el
escritor había ensayado al revisar los intentos para producir un teatro antropoló-
gico de las Antillas, y argumentar sobre la necesidad de crear una dramaturgia
que fuera capaz de desalienar la vida en el Caribe. Por otra parte, con la teoría de
la hibridez por medio de la cual se celebra lo impuro, Walcott tramita en varios
niveles la experiencia del sujeto racialmente dividido –entre otros en el rostro del
“divided child” o “niño dividido” invocado en particular en el Libro I del poema
Another Life (2004)– y sostiene el ejercicio de mezclar y transversalizar lo que
la Europa colonialista ha racializado, jerarquizado y fragmentado. La polémica
interna oculta, a veces explícita, entre los textos de Walcott, los de Froude y Nai-
paul produce un campo de argumentaciones donde se asume el rechazo a repro-
ducir formas de ccionalizar constitutivos del discurso racista. De tal manera que
el Caribe irrumpe como espacio de coexistencia interracial, en el que el mestizaje
se usa en contra del racismo y se piensa como una manera de hacer coexistir
lo heterogéneo que encuentra en las teorizaciones e instrumentalizaciones del
“bastardo” un punto de arribo del discurso poético con el que sostener una crítica
profunda a la producción y reproducción cultural de colonialidad.
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