Sección: Editorial
Publicado: 2016-01-01

Presentación

  • Gilberto Loaiza Cano Docente Titular de la Universidad del Valle

La dirección de esta revista, que llega orgullosa a sus 20 años de existencia, tuvo el acierto de empezar un número monográfico consagrado a los estudios sobre sociabilidad en Colombia y América Latina. El resultado es el conjunto de ensayos que logramos reunir luego de un juicioso proceso de evaluación y selección.

Cómo citar
Loaiza Cano, G. (2016). Presentación. Historia Caribe, 11(28), 13-16. https://doi.org/10.15648/hc.28.2016.1

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Dossier

Dossier: Sociabilidad y Cultura Política

Sociabilidad: objeto historiográfico

La dirección de esta revista, que llega orgullosa a sus 21 años de existencia, tuvo el acierto de convocar un número monográfico consagrado a los estudios sobre sociabilidad en Colombia y América Latina. El resultado es el conjunto de ensayos que logramos reunir luego de un juicioso proceso de evaluación y selección.

Una de las pretensiones, no propuestas del todo en la convocatoria de este dossier, fue hacernos a una idea del interés de la historiografía colombiana, principalmente, por este tipo de estudios. La sociabilidad sigue siendo un objeto de estudio difícilmente aprehendido y raramente utilizado en la investigación histórica en Colombia. Aunque existen obras que han dejado huella y que han demostrado la validez de este tipo de averiguaciones, no es un campo consolidado. ¿Por qué? Me atrevo a sugerir algunas razones: Una, quizás, es que no ha sido una categoría de análisis lo suficientemente definida como para adjudicarle certeramente un terreno para su aplicación. Varios ensayos, no seleccionados en esta convocatoria, creían que referirse a cualquier hecho o conjunto de hechos de acción colectiva, era un estudio acerca de la sociabilidad de una época. Otra, también posible, es que se trata de una categoría ya lejana, con poco sentido en estos momentos historiográficos en que aparecen otras prioridades y, sobre todo, otras formas de análisis con base en otras categorías. La sociabilidad parece haber quedado sepultada en el recuerdo de unos estudios clásicos que ciertas corrientes de la sociología, una parte de la historiografía política francesa y, en algo, la historiografía social británica, lograron proponernos. La sociabilidad, entonces, ha quedado confinada al museo de las historiografías contemporáneas que, claro, hay que visitar y contemplar, pero nada más.

Sin embargo, no es así del todo. Primero, a pesar de las pocas definiciones esclarecedoras de lo que puede quedar contenido en el término sociabilidad, no se trata de un invento caprichoso de algunos especialistas. Se trata, mejor, de una manera de comprender a los individuos y sus relaciones puestas en evidencia en la vida pública. El individuo y sus relaciones es un principio de comprensión de una aptitud humana, su sociabilidad; eso ayudó a entenderlo Norbert Elias en varias de sus investigaciones sociogenéticas. Ahora bien, los estudios de casos concretos que hicieron célebre al historiador Maurice Agulhon mostraron que la sociabilidad es un fenómeno abigarrado que, grosso modo, puede descomponerse en aquella sociabilidad basada en las relaciones no elegidas por los mismos individuos, provenientes de sus vínculos de parentesco, por ejemplo; una sociabilidad de relación que, además, puede estar determinada por la esfera pública, ya sea por el predominio de relaciones autoritarias, fuertemente jerárquicas en las que los sujetos muestran escasa capacidad de elección; ya sea por la existencia de un régimen de libertades civiles que les otorga un universo de relaciones mucho más móvil.

En segundo lugar, la historia social, la intelectual y la política, por lo menos, tienen que apelar, así sea de manera muy sesgada, a la sociabilidad como categoría que permite entender procesos de acción colectiva. Eso lo demuestran varios ensayos reunidos en este número e, incluso, en otros que desafortunadamente no superaron la evaluación. Que la palabra sociabilidad parezca eliminada del léxico historiográfico nuestro no significa que sea un fenómeno ausente de los procesos de cambio; la sociabilidad está inmersa en coyunturas de tensión entre quienes promueven y aquellos que restringen la libertad de asociación. La sociabilidad también está presente en aquellos lugares de identidad de grupos sociales urbanos, como lo describe uno de los ensayos en el caso de la vida intelectual en Buenos Aires.

Ahora bien, los estudios sobre formas de sociabilidad poseen otros matices decisivos. Por ejemplo, la sociabilidad asociativa marcada por inventarios más o menos evidentes de asociaciones formales, es relativamente fácil de detectar. Los listados pueden seguirse con cierta facilidad en la prensa, en registros de una gaceta oficial, en actas de un ministerio encargado de trámites de personería jurídica. Esa sociabilidad es muy visible, sus agentes son personalidades de la vida pública y ayudan a establecer la naturaleza de otros vínculos. El fundador de un periódico puede ser, al tiempo, miembro de una logia masónica y algunos de sus “hermanos” pueden estar relacionados con comandos electorales o con asociaciones profesionales. Eso servirá para ilustrar el peso cualitativo de una clase media urbana muy activa. Sin embargo, también existe una sociabilidad asociativa poco formal, basada en el encuentro espontáneo callejero, sin las exigencias de una membresía disciplinada, subordinada al cumplimiento de obligaciones enunciadas en estatutos o reglamentos. Esa modalidad asociativa es poco documentada y exige del investigador una pesquisa más enjundiosa, hecha de retazos y testimonios que dan la impresión de piezas sueltas de un rompecabezas.

Hay que insistir en aquella sociabilidad que no tiene relación inmediata con formas asociativas; aquella que alude al vínculo social, a eso que el artículo que encabeza este número llama las experiencias de los individuos en su coexistencia. Esa experiencia de la vida en común crea lugares de memoria o de identidad colectiva o provoca fracturas entre grupos sociales. Esa sociabilidad remite a las reglas, explícitas o tácitas, que un grupo humano construye para vivir en comunidad; para vivir, incluso, en medio de conflictos que pueden disolverla. Aquí se trata de algo que unos historiadores –de lo político, primordialmente– denominan el mundo simbólico global y que para otros es la evanescente cultura política. Identificar, según la índole del vínculo social, si la cultura política es autoritaria o libertaria no es asunto de poca monta; en eso interviene, pues, la noción de sociabilidad aunque pretendamos evitarla.

Los ensayos aquí reunidos muestran las múltiples perspectivas que pueden funcionar alrededor de la sociabilidad como categoría de análisis en muchas formas de investigación historiográfica. Evidencia las posibilidades y la necesidad de un objeto que, en otras partes, ha sido medular en la comprensión de los procesos de cambio social y, quizás más, en la comprensión de la índole de determinadas comunidades humanas. Unas sociedades han tenido lazos de unión más sólidos que otras; unas sociedades han tenido una vida asociativa más densa que otras; unas sociedades han vivido etapas de déficit asociativo que pueden ayudar a explicar estados de anomia o de cercenamiento de libertades civiles.

Falta agradecer al equipo de dirección de Historia Caribe que sugirió y acogió esta convocatoria. Las revistas especializadas en Historia, en Colombia, han logrado una madurez que no ha sido debidamente valorada. Su existencia, la de esta revista, concuerda con la consolidación de una comunidad muy específica de historiadores y habla bien de los grados de institucionalización que ha alcanzado la ciencia historiográfica en nuestro país.

Gilberto Loaiza Cano
Editor Invitado - Profesor Titular
Universidad del Valle (Colombia)
DOI: http://dx.doi.org/10.15648/hc.28.2016.1